Esta es una auténtica rareza, un descubrimiento de película de concepción arty-vanguardia-fantástico-feminista, muy de su tiempo, la segunda mitad de los años setenta, en cuanto a un cine más subterráneo que independiente, con toques de cuento infantil malévolo: una especie de Alicia, dragones, enanos, princesas, mundos irreales, bosques y hombres con máscaras fantomáticas pueblan sus imágenes, que incluyen también algo de sadomasoquismo y, sobre todo, elementos propios del feminismo de aquella década de descubrimiento, cambio y ruptura. Al fin y al cabo, el film narra el viaje de una joven princesa por un bosque y unas zonas oscuras del alma humana que no es otra cosa que el tránsito de la juventud a la madurez, enfrentada con metáforas hoy muy claras de una sociedad patriarcal.
Un rêve plus long que la nuit tiene también algo de cine amateur y, con ello, de película libre de toda atadura. Recuerda, en cierto modo, al cine de las vanguardias realizado también en Francia por pintores, fotógrafos o escritores que, dominando sus respectivas artes, se embarcaron en la entonces ultra-modernista aventura del cinematógrafo, los Man Ray, Fernand Léger, Salvador Dalí y Hans Richter. Porque su directora, Niki de Saint Phalle (1930-2002), procedía de la pintura y la escultura. Su infancia fue complicada debido a los abusos de su padre y una tensa relación con su madre, aspectos que de un modo u otro aparecen en la película.
Se convirtió en modelo de revistas de moda. Con su primer marido, el escritor neoyorquino Harry Matthews, se trasladó a los Estados Unidos, pero a principios de los cincuenta regresaron a Francia debido a la caza de brujas. Fue diagnosticada esquizofrénica y sufrió tratamientos de electroshock. En Montmartre coincidió con Simone de Beauvoir, Jean Genet y Jean-Paul Sartre, relaciones que le ayudaron a definir su trabajo pictórico, centrado tanto en la sociedad patriarcal como en la guerra de Argelia. Realizó esculturas de gran tamaño a modo de intervenciones en parques públicos. Fue la época –entre 1971 y 1991– en la que estuvo casada con el escultor suizo Jean Tinguely, otro artista disconforme sobre quien Hiroshi Teshigahara realizó un documental proyectado en la retrospectiva del Festival del año pasado dedicada al cineasta japonés. Saint Phalle formaría parte de la segunda ola feminista surgida en Europa y Estados Unidos a principios de los sesenta y creó una fundación benéfica para artistas que sigue activa.
Un rêve plus long que la nuit es su segunda y última película. La confluencia de elementos biográficos con sus diversas apreciaciones sobre escultura y pintura es total: las extrañas máquinas que aparecen a los veinte minutos de metraje, configurando imágenes muy poderosas y fantasmagóricas, son de Tinguely. Hay también escenas con animaciones ópticas, delirantes fabulaciones anti-falocráticas y el recuerdo de Alicia perdida en el país de las maravillas, ya que la protagonista pasa de niña a adolescente a través de reflejos en los espejos. En la edad adolescente está interpretada por la hija de la directora, Laura Duke Condominas, que dos años antes había sido Ginebra en el Lancelot du Lac de Robert Bresson. El primer film de Saint Phalle fue Daddy (1973), otra reflexión autobiográfica con elementos fantasiosos y una relación incestuosa. Lo codirigió con el cineasta y escritor británico Peter Whitehead, cronista de la contracultura anglosajona de finales de los sesenta y que en Un rêve plus long que la nuit compuso la música e hizo la fotografía de varias secuencias.
La restauración en 4K del film se ha efectuado en L’Immagine Ritrovata de Bolonia a partir de los negativos originales de 16 mm, con supervisión de Arielle de Saint Phalle, asistente de realización de Paterson y productora de Los muertos no mueren, ambas de Jim Jarmusch.