Si tiramos de tópico y acudimos a la etiqueta de ‘cine político’ para definir el trabajo de un director de largo recorrido como Costa Gavras (Premio Donostia 2019), convengamos entonces en la naturaleza política de un film como Le dernier souffle, la obra que el veterano cineasta presentó ayer a concurso en la Sección Oficial del Zinemaldia. Pero más allá del lugar común, el largometraje referido puede ser definido también como político atendiendo a la concepción original de la palabra, es decir, a aquello que concierne a la polis, asumida ésta como reunión de ciudadanos. Y es que pocos temas resultan tan pertinentes hoy en día de cara a abrir un debate público como el derecho a una muerte digna, cuestión en torno a la cual se vertebra el argumento de la presente película.
Como queriendo desprenderse de ese sambenito de ‘cineasta comprometido’, Costa-Gavras inició su comparecencia de ayer ante los medios realizando toda una declaración de intenciones: “El cine es un espectáculo que busca generar emociones en el espectador, luego a partir de esas emociones éste puede llevar a cabo una reflexión o no, pero en todo caso el cine no está para impartir doctrina”. Y es desde esa profunda convicción desde la que el director ha articulado Le dernier souffle, una película que, como el resto de sus largometrajes, parte de un empeño personal: “Yo nunca podría rodar una película sobre algo que me resultara indiferente. Cuando he intentado hacerlo, he desistido y he abandonado el proyecto. Rodar una película es como vivir una historia de amor, hay que hacerlo hasta el final. A mis 91 años y con la muerte asomando en el horizonte es normal que a menudo me pregunte: ¿cómo acabará todo esto? ¿Cuándo llegue el momento seré presa del terror o podré acabar mis días con dignidad?”. Unas dudas que se vieron alimentadas con la lectura de “Le dernier souffle”, un libro coescrito por el filósofo Regis Debray y el médico Claude Grange en el que se inspiró Costa-Gavras para rodar el film que ayer presentó en el Festival: “El libro presentaba una serie de historias sobre casos de personas que habían estado en cuidados paliativos. La variedad de perfiles que había en sus páginas me dio la idea de construir un guion en torno a esas pequeñas historias”.
Para el cineasta, “vivimos en una sociedad que da la espalda a la muerte. De hecho cuando le contaba a alguien la idea de esta película, todos me decían ‘¡qué horror!’. Y sin embargo creo que debemos estar preparados para afrontar ese momento, es esencial poder irnos de este mundo con dignidad. De lo contrario estamos condenados a dejar tras de sí un rastro de terror, también entre las personas que nos rodean. Me acuerdo de haber asistido a la agonía de un ser querido y quedarme aterrado cuando éste, cogiéndome del brazo me suplicó ‘no me dejes ir’. Me quedé pensando ‘¿qué puedo hacer yo?’. La única conclusión a la que llegué es que, aunque el miedo es algo muy humano, a mi no me gustaría irme de este mundo así”.
Para el director de filmes emblemáticos como Z, Estado de sitio, Desaparecido o Amén: “Buena parte de ese vivir de espaldas a la muerte está motivado por nuestra educación religiosa. Las religiones nos invitan a resignarnos ante el sufrimiento, pero sufrir es algo obsceno, no hay nada de bueno en ello. Sufrir es lo peor de la vida y del mismo modo que ya hay métodos para que las mujeres puedan parir sin sufrir, debería implementarse algo parecido en medicina paliativa”. Pese a estas reflexiones, el cineasta también quiso dejar claro que la suya no es una película sobre la muerte sino sobre la vida: “Sea cual sea nuestro estado físico, yo creo que nunca hay que rendirse, merece la pena luchar hasta el final”.
Jaime Iglesias Gamboa