Creo que a Almodóvar solo le faltaba el Premio Donostia en su vitrina. Un premio que ha tenido varias veces en las manos, pero siempre para darlo. Este año será él quién lo reciba y precisamente de unas manos que conoce bien y que le han acompañado en sus últimos experimentos, las de Tilda Swinton.
¿Cómo se reflejará este nuevo premio en su cine? Lo veremos dentro de un par de años, cuando ruede su próxima película. Porque habrá próxima película, estoy segura. Con Almodóvar siempre hay un nuevo eslabón. Y un nuevo retrato de su propia autobiografía construida paso a paso en su filmografía.
Si alguien no supiera nada de Almodóvar, pero viera sus películas de manera cronológica, podría trazar el relato de una vida a través de su cine. Almodóvar nunca ha dejado de contarse a sí mismo, incluso en títulos que parecen lejanísimos de su propia experiencia.
En 1980, con menos de treinta años, retrata su entorno en la fundacional Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. En Laberinto de pasiones se acerca al mundo gay, aunque travestido en una comedia ‘de chicas’. Entre tinieblas es su particular ajuste de cuentas con la religión. Pero es ¿Qué he hecho yo para merecer esto! la que mejor representa de dónde viene en un homenaje a su familia y su clase, en especial a su madre, que volverá a estar muy presente en dos películas más, la espléndida Volver y la conmovedora Dolor y gloria.
Con La ley del deseo, da un salto y se coloca en primera persona, como hará más tarde en La mala educación y en Dolor y gloria. Y llegamos a Mujeres al borde de un ataque de nervios, título premonitorio de un periodo de su vida en el que vive una ambigua sensación de felicidad y de angustia. Almodóvar deja de ser anónimo y se convierte en un personaje público, de todos. Y todos le miran, le juzgan. El resultado de este acoso se ve en tres filmes muy distintos: en ¡Átame!, él mismo está secuestrado por su fama; en Tacones lejanos, se siente separado de sus seres queridos; en Kika sigue prisionero en su film más claustrofóbico y críptico.
Después de Kika tiene que salir a respirar, y es lo que hace con La flor de mi secreto. Como su protagonista, Almodóvar se quita los botines y camina y emprende un nuevo trayecto de su vida y de su cine. Quizás el más equilibrado con un doble programa de sentimientos: Todo sobre mi madre y Hable con ella. Hablar con él es lo que más necesita y por eso hace La mala educación. Liberado de sus fantasmas infantiles, puede regresar al pueblo, a su madre, a lo que más quiere, en un film de memoria y de amor, Volver.
Pero la vida es muy complicada y, sin saber por qué, el espectador de su cine que no sabe nada de él, ve como vuelve a encerrarse en tres filmes oscuros: Los abrazos rotos, La piel que habito y Julieta. Tres películas de las que extrae la fuerza para contarse a sí mismo, y contar a los demás, su propia vida en el film que se considera su autorretrato, Dolor y gloria, donde se desnuda sentimentalmente y de paso se libera, definitivamente, de sus cargas emocionales.
Ahora sí, ahora puede salir de verdad al mundo. Tras un paréntesis de amor maternal en Madres paralelas, se atreve por fin a dar el Gran Salto que todos le estaban pidiendo: rodar en inglés. Primero con dos cortos donde busca un punto de anclaje en historias que le gustan mucho y que conoce muy bien: La voz humana de Cocteau y el western clásico en Extraña forma de vida. El experimento funciona, ahora puede rodar en inglés un largo y lo hará de la mano de quién le entregará el Premio Donostia, Tilda Swinton. El espectador de su cine no ha visto aún La habitación de al lado, pero intuye que es un film de reconciliación, de reencuentro, de dulzura. Como el Premio Donostia, que significa un reencuentro y un momento de plácida felicidad.
Por Nuria Vidal
* Nuria Vidal es autora de “El cine de Pedro Almodóvar” (1988), el primer libro publicado sobre el director.