Elena López Riera (Orihuela, 1982) sigue sorprendida de que el Festival de Cannes estrene sus películas. Pasó con su primer cortometraje, Pueblo (2015) y también con su ópera prima, El agua (Zabaltegi-Tabakalera 2022). Este año, participó fuera de concurso en la Semana de la Crítica y se fue de la Costa Azul con la Queer Palm entre sus manos. Se trata de un premio independiente creado en 2010 por periodistas que galardonan un film de todos los seleccionados en Cannes, celebrando la propuesta más brillante de temática queer o entorno a la diversidad sexual. Lo último es, claramente, el caso de Las novias del sur. Un retrato punki (sic) de mujeres de entre 60 y 104 años que revisan en primerísimo primer plano la relación con su sexualidad.
Parece que su proyecto nace de las fotos de boda de tus padres. Más bien, de su madre.
Las primeras notas sobre Las novias del sur son de 2007. Hace muchos años que estoy obsesionada con las imágenes de mi madre el día de su boda. ¿Qué hacer con la herencia cultural de lo que enseñaron a nuestros padres? He cumplido los 40 y ya he confirmado que no he seguido el camino preestablecido. Era el momento de hacerla.
‘Conmigo se acaba esta cadena de gestos repetidos’. Son palabras suyas de la voz en off. No va a tener hijos.
Me duele la relación que tengo con el deseo, con el amor. Me duele no haber sabido qué hacer con esa herencia. Tampoco lo vivo como una militancia, ha ido así. No tengo muchas respuestas. De hecho, cada vez tengo más preguntas y me siento más frágil y vulnerable. Lo que sí me ha dado la edad es la serenidad necesaria para saber cómo formular esas preguntas.
Unas preguntas apreciadas por los festivales de más renombre.
Yo pensaba que se quedaría en mi ordenador. Ir con ella a Cannes, ahora en San Sebastián… ¡Es una locura! Y, además, con ese metraje tan raro de 40 minutos.
¿Será que el presente necesita de películas que aborden ese tabú?
Eso no lo puedes prever. Si tuviéramos la fórmula todo el mundo haría una película así. Lo que sí veo es que la película ‘toca’ a personas muy distintas. La reacción de los programadores y críticos, que me han llamado en persona, está siendo muy especial. Pero eso no es mérito mío. Es un discurso que no existe en el cine ni en la literatura: Mujeres de esa edad avanzada que hablen de deseo, de sexualidad… ¡La abuela simpática también folla y se masturba! ¡Y también quiere tener un orgasmo!
¿Cómo dio con las mujeres protagonistas?
Algunas ya participaron en El agua. Luego, mi directora de casting estaba trabajando en otro proyecto y pude acceder a las mujeres que no pasaron casting definitivo. La premisa era simple: Mujeres de más de 60 años que les apeteciera hablar de su intimidad. Hicimos una sola entrevista con cada una. Por eso la película es tan bruta en lo estético.
Trata las fotos y vídeos de bodas fijándose en los gestos de las novias. Hay tanta obsesión que se vuelve como una película de terror. Nos manipula.
Hay un a priori en los documentales. Trabajamos con prejuicios. Yo los tengo todos.
Es importante recuperar las bases de la estrategia documental, que conecta al espectador con una verdad que no ‘existe’. Por eso me interesa siempre subrayar la manipulación. No me da miedo usar esta palabra. Detrás de todo esto hay una persona y una visión de la realidad. Es muy peligroso borrar esas huellas, políticamente.
Al inicio del film, se refiere a la boda de sus padres como “el día que la desvirgaron” (a su madre).
Es muy fuerte, pero es que… es así. Aunque haya amor y deseo de por medio, esa era su obligación. ¡Cuidado!, también la de ellos. Estaría bien hacer la segunda parte de los novios. Las víctimas del patriarcado no solo son las mujeres. La institución del matrimonio como tal se creó en la Edad Media y fue para gestionar un patrimonio. Y para constatar eso se tenía que pasar por el ritual del sexo, corroborando como sociedad que la novia era virgen. A lo largo de los siglos lo hemos intentado desplazar hacia el amor romántico, que no tiene nada que ver. Me gusta volver a la base de todo para articular los miedos y los fantasmas. Es la película de terror que entre todos hemos construido.
Las mujeres que filmó, ¿cómo se han visto en la película acabada?
No creo que las personas retratadas tengan que estar conforme con el retrato. Es un tema muy tabú en el género documental. No podemos ser esclavos de las personas que filmamos. Intento tratar a todo el mundo con dignidad, respeto y honestidad: nunca filmaría a alguien que no sabe que está siendo filmado. Pero puede pasar que lo que una persona proyecta de si misma no coincida con mi retrato y no por ello hay una falta de ética de mi parte.
Pero ellas, no solamente la disfrutaron, sino que, una vez terminada la proyección, siguieron conversando sobre los temas que plantea la película. Es de lo más bonito que me ha pasado haciendo cine, que la peli les haya servido para seguir hablando.
¿Y de qué hablan?
No están de acuerdo entre ellas ni tienen la misma postura ante la vida. Es lo que espero que pase también con los espectadores. Que puedan rebatir planteamientos de la película. Detesto las ‘pelis’ de tesis feminista. Espero que la mía tenga claroscuros.
Marc Barceló