La década de los sesenta fue prolija en películas de episodios. En Italia se hicieron muchas comedias de sketches realizadas por los cineastas punteros del género (Las muñecas, Las cuatro brujas, Tres parejas), aunque también hubo proyectos más ambiciosos como Boccaccio 70, con concurso de Federico Fellini, Luchino Visconti, Mario Monicelli y Vittorio de Sica, o Rogopag, con historias rodadas por Roberto Rossellini, Jean-Luc Godard y Pier Paolo Pasolini (este, con Orson Welles de protagonista). Francia, generalmente en coproducción con Italia y otros países, alumbró un buen puñado de filmes en los que participaron la flor y nata de la Nouvelle Vague y directores procedentes de otras cinematografías. Los temas sobre los que cada autor ofrecía su visión en quince, veinte o treinta minutos eran de lo más variopinto, de los siete pecados capitales a la prostitución, de las estafas más famosas del mundo a los distintos barrios de París. En este contexto se inscribe la película colectiva La Fleur de l’âge/ Les adolescents (1964), coproducción francoitaliana-canadiense-japonesa conformada por cuatro retratos de chicas adolescentes realizados por cineastas de estos cuatro países.
Jean Rouch firmó con su visión de entomólogo el episodio titulado Marie France et Veronique (conocido también como Les veuves de 15 ans), en torno a la juventud parisina. Gian Vittorio Baldi se hizo cargo de Fiammetta, cuya protagonista es una chica de catorce años que vive con su madre en una casa en la Toscana. El director y cámara canadiense Michel Brault dirigió Geneviève, centrado en una adolescente (interpretada por Geneviève Bujold) y su mejor amiga que llegan a Quebec para vivir el carnaval. Y Teshigahara firmó el casi experimental Ako: la cámara captura durante las horas de un solo día el trabajo cotidiano y las salidas con sus amigos de la joven Ako. Le da vida Miki Irie, cuya única otra aparición cinematográfica sería en otro film de Teshigahara, El hombre sin rostro, donde interpreta a una chica con una cicatriz en la cara. La película está en la estela de El amor a los veinte años, realizada en 1962. En aquella ocasión, François Truffaut, Renzo Rossellini, Shintaro Ishihara, Marcel Ophüls y Andrzej Wajda contaron escuetas historias sobre los primeros y fugaces amores.
La particularidad de esta breve crónica de apenas media hora de duración sobre una joven japonesa reside en su estilo, mucho más cercano al experimento documental y a la vanguardia que a la pulcra ficción. De hecho, Ako viene a ser una especie de collage audiovisual que trabaja y se expresa esencialmente mediante el rostro de la protagonista –aburrido, feliz, agitado, expectante, contraído, aterrorizado– y la combinación de sonidos. Esta algebra sonora muestra la línea más inquieta del director. Al inicio del film, escuchamos, como escucha la adolescente, el sonido de un despertador. A continuación se combinan los ruidos diegéticos de la casa, la calle o la panadería en la que trabaja Ako, con voces fuera de campo, o procedentes de otras escenas, además de músicas, sonidos urbanos y una narración en off. En pocas ocasiones escuchamos diálogos en tiempo real. Es casi cine mudo al que se han añadido sonidos desincronizados, y estos funcionan más como pautas musicales.
Los espacios son la casa, la panadería, la bolera, un parque de atracciones o las calles de la ciudad. En algunos momentos, como la escena en la que Ako y sus amigos salen del coche y se ponen a bailar, la música es muy industrial. De esta forma vanguardista, realista en lo que filma pero no en la manera en que lo monta y sonoriza, Teshigahara captura también la viveza de los dieciseis años, sus momentos divertidos y sus conflictos íntimos. Por momentos, tiene algo del formidable corto documental de Lindsay Anderson sobre el mercado de Covent Garden, Every Day Except Christmas (1957), y el personaje de Ako, y por extensión toda su generación, un poco no future, queda definido en una frase dicha por la propia protagonista: “Los sueños por la mañana son proféticos, y lo que sueñas de noche es lo opuesto a la realidad”.
Quim Casas