El mismo año del florecimiento de los nuevos cines, 1959, el del rodaje o el estreno de Shadows, Los golfos, Los cuatrocientos golpes, Al final de la escapada, Mirando hacia atrás con ira, Sábado noche, domingo mañana, y, en el contexto japonés, el debut de Nagisa Oshima con El chico que vendía palomas, Teshigahara se fue a Nueva York y, manejando él mismo la cámara, se adentró en la cotidianidad del púgil de origen puertorriqueño José Torres. Su experiencia hasta entonces era corta pero ya había practicado el documental de campo con Doce fotógrafos, Ikebana y Tokyo 1958, filmando en los espacios abiertos de ciudades que le eran cercanas. Nueva York era lo contrario, todo un descubrimiento, y por eso hay partes del primero de los dos filmes dedicados a Torres, entregadas también a capturar el bullicio neoyorquino.
Torres (1936-2009) fue un boxeador brillante que no obtuvo muchos grandes triunfos. En la primera película, José Torres (1959), de veinticinco minutos de duración, Teshigahara lo filma casi como alguien anónimo: ralentiza y congela su imagen en los entrenamientos en el gimnasio y deja de lado la voz en off explicativa o los datos biográficos para centrarse en el personaje en ese momento concreto, a las puertas de un combate que después filma muy bien en el cuerpo a cuerpo a pesar de no disponer de tantos medios técnicos como los habituales en el cine estadounidense dedicado al cuadrilátero, de El ídolo de barro a Toro salvaje. Al final, el director muestra al púgil duchándose tras la pelea, algo no muy habitual en el cine de boxeo.
Como era normal para él, Teshigahara experimenta con el sonido y dota con ello a las imágenes documentales de un sentido distinto, más sonámbulo. La banda sonora de su mejor cómplice, Toru Takemitsu, es muy de score melódico hollywoodiense y parece ir a la contra de las mismas imágenes. A veces escuchamos el sonido urbano o el de la pelea en el ring. En otras el sonido es sustraído y suplido por esa música a la contra. Puede que sea por decisión artística o por la aún rudimentaria técnica de filmación y sonido de la época. El resultado es muy directo, retrato casi en crudo de un boxeador aprehendido en apenas dos días de su vida.
Seis años, el tiempo que tardó nuestro cineasta en volver a Nueva York para rodar José Torres II (1965), no parecen muchos, aunque el tiempo haga estragos en el físico de un boxeador. En ese espacio transcurrido entre películas, a Torres le sobrevino el desgaste. Se le ve mayor, más curtido, por supuesto. No es que su rostro aparezca muy modificado por los golpes sufridos en el ring, pero no parece el púgil dinámico, invencible, del primer film, aunque ahora esté en el mejor momento de su carrera. Teshigahara le dedica más del doble de tiempo de metraje en esta segunda incursión, tan atenta al elemento deportivo –preparaba su combate con Willie Pastrano para el título de peso semipesado, celebrado en el Madison Square Garden el 30 de marzo de 1965, en el que Torrés venció a su rival por KO en el noveno asalto– como a la relación del protagonista con su prometida y su madre o los a veces tensos encuentros con su entrenador Constante ‘Cus’ D’Amato, forjador de otros talentos como Floyd Patterson y Mike Tyson.
La banda sonora tiende hacia el latin jazz y la cámara está muy encima de Torres cuando golpea el saco en los entrenamientos o comparece en las ruedas de prensa. El blanco y negro documental retrotrae a la estética del cine de ficción pugilística de Hollywood. El director utiliza aquí foto-fijas de otros combates antes del definitivo, que muestra en toda su extensión. El inicio del film es relevante y profético: vemos a Torres en su barrio neoyorquino, transformado en lo más parecido a un héroe de la comunidad puertorriqueña; después de dejar el boxeo, se convirtió en ese líder deseado, dialogó con los estamentos políticos y dio conferencias sobre la situación de Puerto Rico.
La primera película muestra al boxeador ingenuo, social y deportivamente. La segunda, a un personaje público y concienciado. Por eso la primera concluye con él solo en la ducha tras la pelea, y la segunda en una fiesta en la zona alta neoyorquina para celebrar el título. En el último plano de José Torres II, la cámara se despide con un travelling lateral de Nueva York, ciudad que Teshigahara no volvería a filmar.
Quim Casas