Desde la aclamada La muerte del Sr. Lazarescu (2005), Cristi Puiu ha seguido cimentando su prestigio internacional con señas de autoría e identidad muy reconocibles, particularmente por su personal uso del plano secuencia y por la atención concedida a la palabra, que atraviesa y llena el tiempo fílmico en cada una de sus propuestas. Con MMXX, presentada ayer a concurso en la Sección Oficial, Puiu refuerza su apuesta.
El director rumano fue taxativo ayer en San Sebastián sobre este aspecto: “Las palabras son importantes. Punto. Yo no hago sino seguir la evidencia”. Pero añadió reflexiones sobre la cuestión que permiten comprender mejor su cine y su nueva propuesta MMXX, cuyo título hace obvia alusión al año pandémico de 2020.
“Me intereso por las palabras porque son parte de una ilusión en la que vivimos. Hoy en día las palabras se intercambian como productos en un mercado y no se presta atención a lo que realmente decimos. Estamos perdiendo el control sobre nuestra propia forma de comunicarnos, porque no es nada fácil que las palabras cubran la realidad que vivimos, o que expresen un sentimiento como el amor, pero sí se usan muy fácilmente para escupir veneno”.
Seguramente por eso a Puiu no le gusta explicar él mismo sus películas, y tampoco quiere hacerlo con MMXX: “Esta película habla por sí misma”.
El cine como terapia
MMXX se estructura en cuatro episodios, aparentemente independientes, aunque comparten personajes. El elemento común es que reflejan situaciones y conversaciones que los personajes viven en el tiempo de la pandemia (ese MMXX). “Debemos hablar de lo que pasó. Sería muy peligroso no hacerlo, y me refiero no sólo a 2020, también a los años siguientes, porque no ha acabado”, explicó el realizador.
El resultado no puede desligarse de cómo fue el proceso creativo. MMXX parte de la invitación que en 2021 recibió Puiu por parte de Dorian Boguta (presente también en San Sebastián) para participar en un taller de interpretación con actores que todavía no son profesionales. “El taller me impulsó a mí a hacer una película con ellos”, explicó Puiu. Las historias fueron surgiendo como parte de un trabajo colectivo, porque los intérpretes contaron sus propias experiencias durante 2020 y participaron en la escritura del guion. “Para mí significó escaparme del trauma vivido”, continuó Puiu.
“Aquello fue una terapia de grupo”, explicaba a su vez Florin Tibre, uno de los actores. La actriz Otilia Panainte añadía: “Tuvimos la oportunidad de ser creadoras, de contar nuestras propias historias. Cristi fue muy generoso”, a lo que el director replicaba: “En realidad abusé de ellos. Les pedí que dieran, no todo lo que tienen, sino todo lo que son, porque a mí me gusta lo que puedo encontrar en la vida real, lo que no puedes manipular o distorsionar”.
Así surgieron las tres primeras historias. La inicial emplea un plano secuencia que capta la sesión de recepción que mantiene una psicoterapeuta con una posible clienta (quedará a la interpretación del espectador si es casual que sea precisamente con una terapia con lo que arranca el film). Las dos siguientes se ciñen a espacios completamente cotidianos: el hermano de la anterior se enreda en casa con la celebración de un cumpleaños, mientras que en la tercera, en plano fijo, la pareja de la terapeuta dialoga en un descanso con un compañero de trabajo, ambos conductores de ambulancia.
Será la última historia, ésta escrita personalmente por el propio Puiu al margen del taller de teatro, la que sale al exterior y presenta a un policía que investiga una trama de prostitución y tráfico de órganos. Y quizás este cierre, con la declaración final de una prostituta que hiela la sangre del espectador, es lo que ofrece un sentido añadido, y doloroso, a todo el conjunto.
Gonzalo García Chasco