Tuvimos la ocasión de entrevistarnos con el director de Orlando: mi biografía política, Paul B. Preciado, aclamado filósofo, comisario y autor de teoría queer, trans y de género, quién nos compartió sus posturas ante divesos temas como el cine, la deconstrucción de los binarios y las estructuras de poder que dominan nuestras sociedades.
Ayer en la sesión de preguntas y respuestas de su película dijo que el cine era como el diablo. ¿Cómo se posiciona dentro de esta industria?
Nunca he tenido ganas de ser cineasta. Hice la película prácticamente en secreto porque me daba vergüenza hacer cine. Me considero más un filósofo que hace películas. Siempre he pensado que ser filósofo es una especie de aristocracia dentro del pensamiento, aunque no tenga tanto lectorado como el cine. El cine es la industria hegemónica cultural, normativa y sometida a la ley del mercado.
¿Pensó en la creación de esta película como artefacto revolucionario? ¿De qué manera?
Pensé en hacer la película como un proceso muy activista. No pensé tanto en hacer una película política, sino más bien que todo el proceso debía ser un proceso político. No cojo una temática trans y hago una película; mi película es una película trans, lo cual es distinto. Hay una diferencia entre filmar un proceso de opresión y filmar un proceso de emancipación política. Organicé un taller de lectura de “Orlando” para el elenco de la película, buscando el empoderamiento a través de la lectura colectiva. Cada escena de la película fue concebida como un momento de emancipación, culminando en una especie de utopía al final.
La película habla de que a veces una persona no transiciona porque siente que su cuerpo no le corresponde, sino más bien por la poesía de transicionar. En relación a esto, ¿existe tal cosa como el alma o la esencia y cuál es su relación con la forma?
Desde un enfoque filosófico, mi trabajo se centra en la deconstrucción de los binarios, incluyendo la tradicional separación entre alma y cuerpo, que es un enfoque médico común: la anatomía y el psique. Para mí, todo es forma: el pensamiento, el cuerpo, las imágenes, y la poesía. La poesía es, precisamente la capacidad de trabajar libremente con la forma y de introducir libertad y disidencia en la forma. Es importante entender que la forma es plástica y no fija, siempre cambiando al igual que el cuerpo. A lo mejor una manera de decirlo más filosóficamente es: la forma es la forma del tiempo; la forma de la poesía es la forma del tiempo.
¿Usted es optimista en este cambio del curso de la historia?
Soy optimista porque para mí el optimismo es una metodología política. Creo que lo primero que nos arranca la sociedad neoliberal contemporánea es la capacidad de soñar e imaginar otra cosa. Trata de quitarnos la esperanza de que las cosas pueden cambiar. Pienso que estamos viviendo una revolución que no solamente cambia las formas de gobierno, sino que cambia la epistemología. Hacer eso es un proceso largo y trabajoso porque estamos cambiando una taxonomía política que lleva siglos existiendo.
Usted ha hablado en su trabajo acerca de distintos rubros que encasillan a las personas en los documentos legales, como lo son el nombre, el genero y la nacionalidad. ¿Qué opina de la edad?
Para mí la edad también es una manera muy estereotipada de pensar. Detesto cuando la gente dice “juventud” y se refiere a que la juventud sea un potencial de cambio o un motor de transformación. ¿Cómo se mide la juventud de alguien? Todas esas categorías tienen mucho que ver con el sistema de producción capitalista. ¿Qué potencial poético tiene una persona? Pues una persona de 80 años a lo mejor es jóven.
No comparto la opinión, pero he leído críticas hacia trabajos suyos que dicen que en el ejercicio de despatologizar lo minoritario hay una búsqueda de patologizar los otros ámbitos. ¿Qué puede decir al respecto?
Lo que pasa es que la heterosexualidad, por ejemplo, como régimen político es una cosa, y las personas heterosexuales son otra. Aquellos que no sean capaces de ver esa diferencia tienen un problema. La heterosexualidad es un régimen político en el cual, por ejemplo, cada semana una mujer es asesinada por su compañero dentro del ámbito familiar. Si esto sucediera en otro ámbito, todo el mundo consideraría que ese ámbito es un ámbito patológico y criminal. ¿Por qué los hombres heterosexuales no pueden decir “yo me desidentifico con la heterosexualidad”? Quizás sería bueno empezar a pasar por una especie de proceso de desidentificación crítica.
En la película menciona que el nombre de Orlando no le pertenece. ¿Por qué Paul sí y por qué escoger su nombre lo hace más propio?
Pensé que elegir un nombre sería solamente un proceso legal, pero resultó ser un momento poético. Acudí a una chamana y le pregunté cuál sería mi nombre. El momento en el que el nombre se produce como real es el momento en el que el otro te llama. Cuando una persona me llamaba Paul las primeras veces me daban ganas de abrazarla. Me cambió el oído completamente porque yo estaba acostumbrado a otro nombre. Quería mostrar en la película la maravilla de lo cotidiano que a menudo pasamos por alto, como el hecho de existir como un sujeto político.
Natalia García Clark