Apenas dos jornadas después de dar el pistoletazo de salida a la séptima edición del Festival de San Sebastián celebrada en julio de 1959, su director, Antonio de Zulueta y Besson, recibió a través de un telegrama remitido desde Pamplona, la respuesta a la invitación que un mes antes había extendido a su amigo Ernest Hemingway, en la que le recordaba su “grato encuentro en Madrid”. La negativa del escritor a asistir al Festival apuntaba, además de a una debilitada salud, a una ferviente enemistad con el productor de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), David “Sehzwik”.
En 1955, cuatro años antes de su anunciada visita a San Sebastián junto a la delegación de la poderosa MPEAA (Motion Picture Export Association of America), David O’Selznick había comprado a los estudios Warner Bros los derechos de autor de la adaptación que Frank Borzage había realizado en 1932 sobre la novela de Hemingway, "Adiós a las armas".
De tintes autobiográficos y basada en sus memorias sirviendo en el frente italiano como colaborador de la Cruz Roja, el relato del escritor de Illinois recrea la trágica historia de amor entre un conductor de ambulancias americano y una enfermera inglesa durante la Primera Guerra Mundial. La obra de Hemingway no resulta solo valiosa desde una perspectiva literaria; lo es también por sus implicaciones políticas: la narración comienza con el individuo deshumanizado por los horrores de la guerra y finaliza con la deserción de su protagonista, quien abandona el ejército italiano tras el desastre militar de la batalla de Caporetto. Estudios posteriores situarían en esta derrota el comienzo del clima social que daría origen al fascismo en Italia.
O’Selznick, obsesionado por la novela, pero también por la idea de superar la versión de Borzage en un Hollywood en plena debacle económica y sumergido en una competencia ideológica tras la irrupción de la televisión, contrata a John Huston para la realización de la película, quien abandona el proyecto semanas antes del inicio del rodaje por la falta de libertad creativa impuesta por el productor.
A través de Charles Vidor como realizador final del film, pero sobre todo con un control exhaustivo del guion de Ben Hecht, O’Selznick finaliza en 1957 la adaptación que llevaría a Hemingway a declinar la invitación a asistir al Festival de San Sebastián: a golpe de Technicolor y espectaculares marchas militares en Cinemascope, el productor apenas deja rastro de la dimensión política y antibélica de la novela de Hemingway.
Contra la ideología pacifista del escrito original, O’Selznick pone el foco en el melodrama romántico donde la Gran Guerra se convierte en una simple escenografía, trivializando y eliminando cualquier matiz que pudiera llevar a una lectura políticamente comprometida de la película. La “deshistorización”, señala Lena Ordóñez, fue una práctica habitual de las adaptaciones y remakes de Hollywood, a la que recurrieron centenares de películas con el fin de eliminar el contenido histórico de determinados temas nacionales que pudieran resultar problemáticos para un público internacional. El remake de Adiós a las armas es inseparable de un momento en el que Estados Unidos quiere liderar el debate político y también situarse internacionalmente en un contexto de Guerra Fría.
Simultáneamente, el Festival de San Sebastián también era atravesado por los engranajes que le obligaban a tomar partido en el tablero de juego geopolítico, permitiendo por primera vez en su historia y por recomendación expresa del ministro de Asuntos Exteriores del régimen, la participación a concurso de películas de la órbita soviética (todavía, eso sí, manteniendo el veto a las producciones de la URSS). Aquella edición de 1959 no solo se hizo eco de las grandes contiendas ideológicas “nacionales”, sino, también, de una lucha internacional mucho más amplia, inmortalizada, en cierta forma, en un pequeño telegrama azul.
Irati Crespo