Teshigahara fue poliédrico en el documental y aplicó criterios de realización, fotografía, montaje y sonido distintos en función de temas y personajes retratados. Lejos de ser una parcela complementaria en su filmografía, el documental constituyó un banco de pruebas en el que forjó una parte importante de su estilo.
Hokusai (1953)
Teshigahara hizo su primera incursión cinematográfica con este documento de 23 minutos sobre Katsushika Hokusai (1760-1849), uno de los máximos representantes del ukiyo-e del Periodo Edo, las pinturas de un mundo flotante, conocido sobre todo por sus series de ilustraciones del Monte Fuji y la bella estampa La gran ola de Kanagawa. Fue producido por Seinen Productions, una cooperativa formada por el propio autor, el productor del film, Kozo Igawa, y otros cuatro cineastas. Es breve, pero ya destaca la economía de medios de Teshigahara, su destreza para fijar la evolución de un artista en poco tiempo. Se sirve simplemente de los diversos dibujos, pinturas, grabados y caricaturas de Hokusai, una intermitente voz narrativa y música tradicional japonesa para transportarnos a un mundo de sentimientos depurados y honestos.
Doce fotógrafos (1955)
En la secuencia de apertura vemos a unos niños jugando en un parque; una de las niñas hace fotos con una pequeña cámara: la maravilla ante el descubrimiento de la imagen fotográfica. Después, Teshigahara sigue a un fotógrafo mientras realiza rápidas y casi secretas instantáneas de gente anónima en la calle; muchos ni se dan cuenta que los están fotografiando y él se mueve como en un slapstick. Otro fotografía a mujeres haciendo ikebana. Un tercero realiza retratos artísticos. Un cuarto, fotos de modelos publicitarias. Y así, durante casi cincuenta minutos, hasta contemplar doce formas diversas de acercarse a la fotografía (todos son hombres): eventos sociales, fotógrafos de estudio, de escenarios urbanos o de interiores. A diferencia de posteriores documentales, el director utiliza aquí música clásica, orquestal, swing, chanson, española y de pianola. Cada fotógrafo tiene su partitura diferenciada.
Tokyo 1958 (1958)
Este corto, realizado de forma colectiva por nueve cineastas, ofrece una imagen poco complaciente de Tokio el año de la celebración de los Juegos Asiáticos. Entre los directores están Teshigahara y Kanzaburo Mushanokohi, otro de los miembros de la cooperativa Seinen. Ni complaciente con la ciudad ni tradicional con el medio documental. Al empezar, un turista observa los dibujos en un esescaparate y estos adquieren un color pálido que contrasta con el blanco y negro de parte de la película. La cámara se mueve por ámbitos bien distintos, revelando imágenes sin filtro de una cruda realidad. Estamos en un centro comercial: la belleza económica para la mujer y la penetración de los ideales de Occidente en la sociedad nipona. La cultura del kimono: los kimonos de boda, en venta o alquiler, un lucrativo negocio.La cámara se detiene en unas mujeres maquilladas, en un color arrebatado propio de Duelo al sol. Leves pinceladas políticas, la multitud, filmada como corderos subyugados, reverenciando al emperador en Año Nuevo: sobreimpresión de dibujos y máscaras en los rostros de los políticos. La influencia que no cesaba de la cultura estadounidense: pop y rock’n’roll. Fabricación de muñecas, crecimiento industrial de posguerra, información dicha mecánicamente: número de nacimientos, muertes y suicidios en la urbe; Tokio es la ciudad que produce más cámaras fotográficas del mundo (120.000 al mes) y la que tiene más salas de cine (617 frente a las 500 que enorgullecían entonces a París). Pero hay otro récord, el de la polución y los vertederos de basura. Los directores subrayan visualmente este detalle, nada halagüeño si la intención es publicitar la ciudad antes de un evento importante. Tampoco lo son las imágenes finales: la gente que regresa con resaca, tras la noche de fiesta, cerveza y sake, al despuntar el nuevo día.
Ikebana (1957) – Vida. Las esculturas de Sofu (1963)
Aunque documentara un arte tradicional, tan puro y sosegado como el ikebana (el arreglo floral), Teshigahara tenía una enorme tendencia en sus documentales a contraponer esa calmada realidad filmada mediante el uso del montaje y la música de vanguardia. El contraste es muy atractivo: una banda sonora de raíz experimental, elaborada con campanas, theremín y cintas y voces tratadas, acompaña la primera parte de Ikebana, film que en 32 minutos comprime toda la historia de este ceremonial arte japonés, de la pureza inicial del ornamento floral a la combinación con otros materiales orgánicos. El ikebana es algo así como una escultura de tiempo limitado y el padre del director, Sofu Teshigahara (1900-1979), maestro de ikebana y creador de un centro de formación, aparece en esta película comentando los trabajos de cuatro alumnas mientras que en la siguiente, Vida. Las esculturas de Sofu, aún más breve (17 minutos) se erige en protagonista absoluto. La música es aún más experimental, un mantra electrónico de la época, sin sonidos diegéticos y solo la voz en off de Sofu mientras observa los preparativos de una exposición de sus esculturas, su otra manifestación artística además del ikebana, como para su hijo el otro arte fue el cine. El corto combina el blanco y negro (los preparativos) con el color (las obras instaladas en una galería) para cerrar en blanco y negro de nuevo mostrando a Sofu en su taller, esculpiendo la materia con el martillo o el buril. Las piezas de bronce, madera o piedra son separadas y aisladas del espacio museístico a través del montaje, las sobreimpresiones, aceleraciones, imagen en negativo y formas geométricas, o depositadas en plena naturaleza, fuera de su hábitat. Son formas sinuosas, agujereadas, enrojecidas como si estuvieran en el infierno. La música experimental acentúa el carácter alucinatorio y dantesco de este poema escultural que organiza el hijo a partir de la obra del padre.
Esculturas animadas: Jean Tinguely (1981)
Jean Tinguely (1925-1991) es conocido sobre todo por sus denominados Méta-Matics, exponente de sus esculturas mecánicas conectadas con el dadaísmo, con películas de la vanguardia como Ballet mécanique (1924) de Fernand Leger y, en el plano actual, los instrumentos que inventan los integrantes del grupo musical Cabosanroque. Este escultor y pintor suizo entroncó igualmente con las esculturas instantáneas y que se autodestruye en de Man Ray y similares. Teshigahara no se acerca a él en general, sino que prefiere lo particular. 14 breves minutos son suficientes para capturar cómo trabaja Tinguely en su taller. Lo que le interesa al cineasta es filmar los procesos de creación y de producciónde estas obras, un desarrollo muy artesanal y paciente como el arte delikebana. Es la fascinación por el objeto y por la evolución que lleva hasta ese objeto: planos de las esculturas en movimiento o en reposo junto a imágenes de Tinguely ideando, fabricando y regulando estas muestras de arte cinético.
Indi car race-Roaring Course (1967)
Pintura, fotografía, ikebana, escultura, arquitectura, boxeo… y carreras de coches. En este largometraje – el único documental largo de Teshigahara junto al consagrado a Gaudí– rodado en formato panorámico y títulos de crédito muy modernos sobre fondos de color y el rugido de los coches en los boxes, el director se extiende en los preparativos –la llegada de los bólidos por barco a Japón, el desfile de ases del volante occidentales, la puesta a punto de los motores– y en la carrera definitiva. No se parece, más allá de ser un documental, a las películas estadounidenses de la época sobre carreras de coches –Las 24 horas de Le Mans y 500 millas, con Steve McQueen y Paul Newman respectivamente–, ya que no hay tensión dramática y sí mucho hedonismo reforzado por la música de easy listening, bossa nova y estilo Francis Lai. Hay un momento muy fascinante, en el que vemos el interior de uno de los bólidos, con su laberinto de tubos blancos, cables y circuitos, como si se tratara de un organismo vivo, y otro, con los jóvenes de noche charlando al lado de los coches deportivos, antes de una carrera, que remite a Carretera asfaltada en dos direcciones, el gran film indie de Monte Hellman.
Quim Casas