"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
El suyo fue un debut tardío pero fulgurante. Fue a los 37 años con Amores perros (presentada en Perlak) cuando su nombre empezó a estar en boca de todo el mundo. Filmes posteriores como 21 gramos, Babel, Biutiful consolidaron su prestigio, que terminó por afianzarse con Birdman y El renacido, que le valieron sendos Oscar al mejor director. Ahora ha regresado a México para rodar su película más personal: Bardo (o falsa crónica de unas cuantas verdades).
¿Qué le ha llevado a rodar una película tan autorreferencial como ésta donde se expone tanto?
Supongo que después de 21 años emigrado en EE. UU tuve que enfrentarme a una serie de reflexiones, pensamientos, miedos y preguntas que nunca dejaron de estar ahí. Son cuestiones importantes que quise rescatar apelando a una suerte de memoria personal para conferir sentido a algo que, probablemente, no lo tenga.
Pero, ¿por qué ahora? Es curioso que últimamente sean tantos los cineastas que recurren a la autoficción para contarse a sí mismos.
Es curioso porque en la literatura se trata de un género muy celebrado, también en la pintura: no hay pintor que se resista a la tentación de autorretratarse. Sin embargo, en el cine parece que tengas que pedir perdón por ello. Yo creo que es importante no desacreditar al que asume este tipo de riesgos. Supongo que rodar este tipo de historias es algo que tiene que ver con la edad, que te lleva a mirarte a ti mismo, también la pandemia ha acentuado esa necesidad en muchos. En mi caso no podía reconstruirme desde mi infancia, es un período del que apenas tengo recuerdos.
¿Qué queda de aquel Alejando G. Iñárritu que visitó por primera vez el Zinemaldia con Amores perros?
Queda la nostalgia y la alegría de recordar a aquel cineasta primerizo. Recuerdo que vine con mis padres que no sabían mucho de cine. Mi mamá al sentir lo mucho que se celebró la película me comentó: “Esto está muy bien, pero dime, ¿cuándo piensas volver a tu trabajo?” (risas). Había una sensación de inocencia en todo aquello. Hoy, sin embargo, uno carga con un bagaje, con unas expectativas, unos prejuicios...
¿Qué es lo que ha aprendido de usted mismo haciendo esta película?
Rodar Bardo me ha procurado una gran satisfacción, por haber sabido ensamblar cosas muy personales tomando una cierta distancia de ellas. La propia dificultad de la propuesta y haber podido reflexionar sobre temas como el desplazamiento o la identidad, me hacen sentirme muy satisfecho con esta película.
Pero, honestamente, ¿pesa más el deseo de explicarse ante sí mismo o ante sus críticos?
Yo no hago películas para los críticos; de hecho, no suelo leer las críticas que se hacen de mis películas por salud mental. Dicho esto, yo creo que son necesarias siempre que no incurran en el ataque personal o, peor aún, en atribuirle a uno una serie de intenciones. Vivimos en un mundo tan polarizado y lleno de incertidumbres que yo creo que solo desde la ficción podemos alcanzar la verdad, pero hay gente que discute eso porque tiene la necesidad de demostrar que la razón les asiste. Son esas personas las que determinan qué es lo que has querido hacer o decir con tu película.
¿Lo dice por los comentarios recibidos por su última obra?
Más bien hablo en general. Partiendo de que el peor castigo que puede recibir un cineasta es la indiferencia, lo que no tiene sentido es atacar aquello que no se entiende porque eso censura que las futuras generaciones de cineastas asuman riesgos. Pero asumo que mi película tiene tantos pliegues que puede llegar a abrumar.
Jaime Iglesias