Cuando una canción impacta en una película en el momento preciso, el efecto es siempre revelador: una elevación casi esotérica del relato que amplifica el eco de las imágenes y las coloca en un plano dramatúrgico distinto. Si el tema musical elegido pertenece al catálogo de David Bowie, dicha sensación de gravedad cero resulta casi inevitable debido al aura alienígena que el artista cultivó en la década de los setenta, ya fuera a través de su álter ego Ziggy Stardust o encarnando al personaje central de El hombre que cayó a la Tierra de Nicolas Roeg.
El autor de Life on Mars? probaría otros heterónimos y estéticas, pero sería esa cualidad espacial la que lo definiría en el imaginario popular hasta su muerte en 2016: cantase sobre lo que cantase, siempre parecía estar abriendo una puerta más allá de la realidad. Por eso, la cuenta atrás de Space Oddity prepara los despegues epifánicos de Marc-André Grondin y Ben Stiller en, respectivamente, C.R.A.Z.Y. y La vida secreta de Walter Mitty, así como la metamorfosis en pájaro de Anaïs Demoustier en Bird People. Por eso, el trío de amigos de Las ventajas de ser un marginado se siente infinito cuando escuchan “Heroes”, a pesar de no lograr identificar de qué canción se trata. Por eso, también, David Lynch halló en “I’m Deranged” la introducción y la coda sin fin de la fuga psicogénica de Carretera perdida.
Paradójicamente, el debut de la música de David Bowie en una ficción cinematográfica no pudo estar más alejado de la épica. Se trata de la apertura del film de 1980 Radio On: una casa desordenada, un cadáver
en la bañera y “Heroes”. La aversión a lo espectacular de la que hace gala la ópera prima de Chris Petit va li- gada al hecho de que es, junto a La Maman et la putain y Después del amor, una de las primeras películas que comprendió desde la puesta en escena la magnitud íntima de la pulsión melómana y su capacidad para formar nexos invisibles entre criaturas distanciadas.
Si Radio On marcó la primera ocasión en que el cine escuchó a Bowie, un año después Yo, Cristina F convertía al músico en lo que Michel Chion definió como acusmaser: una entidad fílmica solo audible que comenta desde la banda sonora el descarrilamiento del personaje titular, hasta su aparición (anti)climática en un concierto, donde los insistentes y coreables “it’s too late” de Station to Station escenifican el punto de no retorno alcanzado por la joven protagonista.
La omnipresencia del firmante de Low en el film de Uli Edel no se debe tanto a una intencionalidad autoral como a la exigencia del guion de ser fiel a las filias de la crónica autobiográfica que inspira el film. En cambio, Leos Carax sí quiso que la voz de Bowie se convirtiera en un signo temprano de su imaginario, casi tan relevante como el cuerpo y la gestualidad de Denis Lavant. Si en Chico conoce chica es la primeriza “When I Live my Dream” la que acompaña los melancólicos paseos nocturnos del protagonista, en Los amantes del Pont-Neuf “Time Will Crawl” se filtra a través de las paredes de una discoteca.
Entre estas dos obras se halla Mala sangre, donde Carax logra el maridaje música-imagen que, según Tarantino, hace que una canción pase a pertenecer para siempre a una película. En ella, las convulsiones y la inflamada carrera de Lavant al ritmo de “Modern Love” dotan al temade la iconicidad visual ausente en su videoclip original. Resulta lógico, entonces, que cuando Noah Baumbach volvió a hacerlo sonar en Frances Ha mostrase a Greta Gerwig corriendo por las aceras de Nueva York, consciente de que “Modern Love” ya solo encuentra su sentido cuando está acompañada de la energía de un movimiento exultante.
Gerard Casau