La piel pulpo, segundo largometraje de Ana Cristina Barragán (Quito, 1987), nos adentra en un mundo que solo Iris y Ariel conocen: tienen 17 años, son hermanos mellizos y viven junto a su madre y su hermana en una isla repleta de moluscos y reptiles. Los adolescentes han crecido aislados, en una relación fraternal que supera los límites de la intimidad y su relación con la naturaleza es trascendental. Iris, motivada por una fuerte necesidad de separarse de su hermano, decide ir sola a la ciudad por primera vez. Hablamos con la cineasta sobre su última película y su especial relación con el Zinemaldia.
Llega a Donostia para presentar su segundo largo, pero le precede una larga historia con la ciudad y con el Festival en concreto...
Mi primer encuentro con San Sebastián fue en 2016, con mi primera película, Alba, que se estrenó en el Festival de Rotterdam. Estuvo en esta misma sección, Horizontes Latinos, y obtuvo una Mención Especial del Jurado. La experiencia fue increíble y me enamoré de la ciudad, tanto que me dije: “Me encantaría vivir aquí una temporada”.
Tuvieron que pasar unos cuantos años, pero dicho y hecho...
Exacto. Cinco años, más o menos. Recuerdo que estábamos en época de pandemia y decidí ‘aplicar’ a Elias Querejeta Zine Eskola. Así fue como entré en el máster de creación. Me encantó la experiencia porque fue un periodo de crear sin interrupciones. Además, apareció la opción de ‘aplicar’ en Ikusmira Berriak con uno de los proyectos que ya estaba desarrollando en la escuela, La hiedra. Ahora estoy en proceso de terminarlo allí, que ha sido muy buen espacio para escribir y desarrollar el proyecto.
¿Cómo valoraría su trayectoria en Zinemaldia y qué ha aportado a su cine?
A mí me ha aportado mucho en diversos aspectos: desde estar en una localización perfecta al lado del mar para crear, un estudio para hacer cine, asesores o el acompañamiento de la escuela con grandes referentes de la industria. En mi caso, el tiempo que he pasado aquí ha sido un antes y un después. En Ecuador estaba creando, por ese entonces, desde un lugar más distintivo en muchos sentidos. Había estudiado cine, pero en una escuela donde veíamos muy poco cine y donde no se reflexionaba sobre ciertos aspectos. Al venir aquí esa visión se amplió: volví a acercarme al fílmico, que era lo que me interesaba, porque siempre he hecho foto fija. Ha sido muy enriquecedor y ha potenciado muchos de mis proyectos.
Alba, su primer largo, de hecho, participó en más de 100 festivales. ¿Qué supuso para usted?
Fue muy bonito que tuviera tan buena acogida. Además, obtuvo alrededor de 35 premios, fue nominada a los Oscar en representación de Ecuador, estuvo en el MoMA... La gente se sintió traspasada por la película, supongo que por su honestidad. Se vieron reflejados en esa fragilidad de pasar de la infancia a la adolescencia.
Tras su primer largo llega La piel pulpo, ¿a qué se debe ese título?
La película tiene dos capas: la de la piel, el cuerpo, esa relación fraternal que habita desde lo silencioso; no muy verbal pero sí corporal, el tacto de estos cuerpos que han crecido, de alguna forma, en libertad, en lo no domesticado; y, por otro lado, está la capa más terrestre, los seres microscópicos del fondo del mar que aparecen en la película. Siento que estas dos capas conforman el diálogo de la película.
¿Cómo logra crear ese vínculo, esa relación fraternal, entre los protagonistas?
Hicimos como 1.500 castings. Para mí, los personajes son uno de los elementos principales de mis proyectos. Me gusta mucho la dirección de actores, me encargo yo de ello, aunque cuente con ayuda externa.
Me embarco desde el principio en ese proceso. Para esta película hicimos muchísimos ensayos de conexión entre los hermanos. Para mí era imprescindible que se percibiera esa relación fraternal. Incluso hicieron clases de parkour para que se sintiera que sus cuerpos estaban muy acostumbrados a moverse en la naturaleza. La película se rodó en medio de la pandemia. Fue un factor que dificultó el rodaje porque tuvimos que partirlo en tres partes sin perder esa conexión de los intérpretes con sus personajes.
El film analiza la infancia, las relaciones fraternales y la relación con el entorno. ¿Qué le interesaba reflejar con ella?
Desde el inicio, el tema principal que quería tratar era la etapa infantil de una persona, centrada en la relación fraternal. Creo que, cuando uno es pequeño y tiene un hermano o una hermana se crea un mundo muy hermético, en los casos en los que existe relación fuerte. Quería hablar de ello y relacionarlo con el abandono: exponer la ruptura de esa fraternidad y el dolor que esa ruptura puede generar.
¿Desde cuándo empieza su interés por hacer cine?
Es algo que viene de lejos. Mi padre nos grababa a mi hermana y a mí todo el rato cuando éramos pequeñas. Un día cogí la cámara y empecé a dirigirles, a actuar con mi hermana. Hago cine porque tengo una necesidad muy fuerte de expresar cosas que habitan en mí, imágenes, sensaciones, muy vivas, a flor de piel. Además, para mí es un regalo, una experiencia muy vital ver algo que tú tienes dentro, que has escrito, y que de repente cobra vida en el set y acaba en una pantalla. Todo lo que conlleva hacer cine es una experiencia muy bonita.
María Aranda