Nacido en 1964 en Iași, Cristian Mungiu fue punta de lanza del llamado “Nuevo Cine Rumano” desde que, en 2007, contra todo pronóstico, su película 4 meses, 3 semanas, 2 días se hiciese con la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Fue la presentación en sociedad de una cinematografía viva, audaz, donde se han alumbrado algunas de las obras más importantes del reciente cine europeo. Después de aquella película, Mungiu ha dirigido filmes tan contundentes como Más allá de las colinas, Los exámenes o R.P.M., película de enigmático título que le ha traído este año a Perlak.
Poniendo esta película en relación con sus trabajos anteriores, da la sensación de que a través de su cine busca indagar en la degradación de la sociedad rumana actual. ¿Es algo deliberado por su parte?
Mis películas no hablan de la Rumanía actual, los conflictos que narro en ellas podrían ocurrir en cualquier otro lugar. Esa degradación moral que comentas es algo que define a todas las sociedades. Es cierto que R.M.N. es mi película más social pero el conflicto que narro en ella es el típico enfrentamiento entre el grupo y el individuo, aquel que acontece cuando nos dejamos arrastrar por las corrientes de opinión mayoritarias y terminamos por diluir en ellas nuestros principios y nuestros valores. La democracia debe basarse en saber defender nuestras convicciones sin despreciar a quien no piensa como tú. Pero para eso es necesaria una educación.
En su película introduce infinidad de escenarios: habla de xenofobia, racismo, machismo, clasismo, explotación laboral…
Supongo que resulta algo inevitable cuando quieres hacer una foto que refleje el estado del mundo. Al final todo es cuestión de matices. Somos seres racionales, pero, en ocasiones, no bastan ni las mejores intenciones para que obremos correctamente. En situaciones críticas es fácil que emerjan nuestros peores instintos, nuestro lado más irracional, sobre todo cuando nos dejamos llevar por la ansiedad y por el miedo, como pasa en la Europa de hoy. Producto de eso es el rechazo que sentimos hacia aquellos que son diferentes. Pero hemos de tener claro que esas naciones con unas fronteras rígidas y una población homogénea son cosa del pasado. En la actualidad estamos obligados a convivir en un mismo territorio personas de diferentes culturas.
Viendo su película, las simpatías del espectador pasan de unos personajes a sus contrarios hasta que concluimos que la mezquindad es el rasgo que mejor define a unos y a otros. ¿Cómo trabajó esa ambigüedad?
Mis personajes son complejos. Yo creo que el cine debe reflejar esa complejidad que existe en el mundo, no tiene ningún sentido ofrecer al espectador soluciones fáciles u ofrecérselo todo mascado. De ahí mi intento por estimular un sentido crítico en el espectador confrontándole con realidades incómodas y personajes con caras muy distintas.
¿Definiría esta película en particular y su filmografía, en general, como un cine político?
Lo son en la medida que buscan hablar sobre temas que están ahí pero que el conjunto de la sociedad prefiere ignorar. La llamada ‘corrección política’ ha hecho mucho daño al cine porque ha impuesto tabúes y se han evitado abordar determinadas problemáticas. Pero ignorar aquello que nos incomoda no es la solución. De repente ocurre el Brexit o asistimos a ese auge de la extrema derecha que vivimos en todos los países europeos y nos pilla de sorpresa, nadie lo esperaba, pero lo cierto es que había mucha gente diciendo ciertas cosas desde hacía mucho tiempo que nos podían servir de pista para intuir que algo así podía suceder. Pero como su discurso nos incomodaba, nuestra opción en lugar de confrontarlo fue despreciarlo.
En este sentido su película, ¿puede ser asumida como un aviso?
Bueno, es como una llamada de atención de que hay que estar preparado para confrontar esos discursos del odio que emergen cuando nuestro lado más irracional emerge para imponer nuestra superioridad frente al resto.
Cambiando de tercio. ¿Qué tiene el cine rumano para mantener ese nivel de calidad y de originalidad desde hace ya más de una década?
Hay muchos cineastas emergentes y la mayoría son muy creativos. Yo creo que nuestro principal acierto radica en saber cuál es nuestra posición. Como no podemos lanzarnos a competir con el cine de gran presupuesto, la mayoría de nosotros hace obras muy íntimas, muy pequeñas y eso nos hace trabajar más libres.
Jaime Iglesias