Dice Elena López Riera que es más cinéfila que cineasta. Sea como sea, su ópera prima se llevó una gran ovación en la pasada Quincena de Realizadores del Festival de Cannes. Tras pasar por Toronto, El agua llega al Festival de San Sebastián, un lugar nada desconocido para la directora alicantina. Colabora con la Zine Eskola, desarrolló el guión en Ikusmira Berriak 2018, sus cortos se han exhibido en Tabakalera… “Es como volver a casa”.
Ya que habla de volver… Hay una dicotomía en toda su filmografía entre el volver y querer huir, focalizado en su ciudad natal, Orihuela.
Este es mi tema, una cuestión que debería tratar en terapia, pero para llegar a la respuesta, hago películas. Aunque realmente tampoco la hay. La relación de amor-odio con los orígenes es más bien un estado. No solo geográfico, sino cultural, educativo… Una mezcla entre reivindicar esa identidad y a la vez querer deconstruirla.
¿Como reciben en Orihuela sus películas?
Me siento muy querida, sinceramente. Tengo algo de idealista, o de comunista reaccionaria, de pensar que la gente no es idiota. El público no es único ni homogéneo. La experiencia me ha demostrado que las personas (que es eso al final, no ‘gente’ ni ‘público’) son mucho más abiertas de lo que creemos. Estamos muy expuestos a una gran diversidad audiovisual con el móvil y el cine industrial debería despertar. Las personas están mucho más avanzadas que el cine.
¿Cómo llega a El agua, después de sus tres cortos?
Me obsesionan los mismos temas. Se dice que los directores hacemos siempre la misma película… No sé si es verdad, pero en mi caso, desde luego que sí. Empecé con El agua cuando hubo ese amago de riada en 2018, aunque tenía muy presente el miedo que viví de pequeña, con la de 1987. Empecé a investigar con mi cámara, como siempre hago, entrevistando a gente del pueblo. La presencia del miedo es tan fuerte que, hayas vivido una riada o no, se pasa de generación en generación.
¿Desde el inicio sabía que esas entrevistas iban a estar en el montaje final?
Al principio no sabía ni que iba a ser una película. Lo hacía para mí, porque me interesa. Pero poco a poco vi como cada una de las mujeres se reapropiaba de los relatos de una manera diferente, hasta que llegué a esa leyenda que me había contado mi abuela, del río Segura enamorado de una novia... No sé si es real. Lo que si sé es que el miedo existe y que la mitología recae en el cuerpo de la mujer, para controlarlo de alguna manera. Me parecía un buen pretexto para hablar de esas cosas, también. ¿Se puede escapar de esa herencia?
Introdujo a dos actrices profesionales, Bárbara Lennie y Nieve de Medina, entre los no profesionales de Orihuela.
Lo tenía en la cabeza desde que existían los personajes en el guion. Sé que a la gente le pica, por ejemplo, que abuela, madre e hija no tengan el mismo acento. Mezclar cosas implica que cada una salga de su zona de confort. Es algo que reivindico. Ya sean géneros (documental, ficción…) como personas. Implica transformarse un poco para hablar con el otro, que creo que es el gran problema político que tenemos.
Lo sobrenatural se presenta sin efectismos. Me hizo pensar en como el tailandés Apichatpong Weerasethakul introduce los fantasmas en sus filmes.
Me interesa mucho la tradición de lo fantasmagórico en el cine asiático. Weerasethakul es uno de mis directores favoritos y una de mis películas referentes es Cuentos de la luna pálida de Kenji Mizoguchi.
Los fantasmas no son de otro mundo, están aquí. Por eso representarlos en carne y huesos da mucho más miedo.
¿Orihuela seguirá presente en su próximo film?
Será una película sobre médiums de principio de siglo XX. La primera asociación feminista de España se formó en un grupo espiritista y anarquista. La única manera que tenían las mujeres de hablar en público era a través de la voz de los muertos.
Marc Barceló