¿Para qué sirve la literatura? Para nada. Es la respuesta del adolescente Dilan a Paolo, su maestro, cuando éste lanza la pregunta a sus alumnos. Y el maestro le da la razón, porque la literatura no resulta necesaria para lo práctico, o para respirar, o para ganarnos la vida ni para sobrevivir. Mucho menos en barrios marginalizados de los suburbios de Buenos Aires, con un día a día marcado por la precariedad, la delincuencia y el narcotráfico. Pero seguramente hay algo de trampa en ese reconocimiento por parte de Paolo. Seguramente pretende poner en valor algunas cosas más intangibles que emergen de las relaciones interpersonales. Y seguramente por eso, cuando ya al final del metraje les pregunta para qué sirve el alma, los alumnos se implican mucho más a la hora de buscar respuestas, que se antojan también aplicables a la pregunta inicial.
Poner en valor los tejidos relacionales que construimos sobre bases inmateriales vendría a ser en buena medida la declaración de intenciones de El suplente, que se presentó ayer a concurso en la Sección Oficial. Dirigida por el argentino Daniel Lerman, ganador del Premio del Jurado a mejor guion en el Zinemaldia de 2017 con Una especie de familia, el film es un acercamiento a la comunidad educativa (“sentía la necesidad de contar la realidad de estos maestros, es algo que creía que valía la pena”, en palabras de Lerman), pero en el que confluyen múltiples relatos.
La película se centra en Paolo (Juan Minujín), que acepta una plaza de profesor suplente de literatura en un colegio de los suburbios de Buenos Aires con adolescentes que viven la mayoría en condiciones de
marginalidad. Paolo procede de un mundo diferente, más académico e intelectual, y está en un momento de crisis vital. “El abordaje de esta historia nace del personaje del maestro, pero incorpora las muchas aristas que representan su vida”, explicaba ayer Lerman. Aristas que surgen de la relación con su exmujer (Bárbara Lennie), con su padre (Alfredo Castro), con su hija (Renata Lerman), con el resto de docentes, o con su alumnado. “No es una película coral pues está claramente centrada en un protagonista, pero hay algo de coralidad en ella en el sentido de que había que amalgamar todas las tramas para que confluyeran”.
La relación de Paolo con su padre, gravemente enfermo, es especialmente relevante. “Es muy importante cómo se desarrolla el rol entre padre e hijo, existe cierta sensación de despedida, lo cual me ha permitido también la idea un tanto juguetona de que quien es suplente pasa a ser titular”, indicaba Lerman. Y precisamente Alfredo Crespo, el actor que interpreta al padre, daba una buena explicación de lo que significa esta película: “Me interesó mucho la cantidad de relatos que incluye esta película. Pero creo que todo ello tiene un nexo en común, y es que, como dice mi personaje, nadie se salva solo. Quizás es el momento de romper con el y volver a lo plural”.
También para Castro, “la línea que mantiene la película entre lo documental y la ficción es muy estrecha y eso me parece también algo hermoso”. Y es que todos los alumnos, así como los profesores que aparecen en la película (excepción hecha de Juan Minujín y María Merlino) no son actores profesionales, sino que sus vidas reales se corresponden con los que representan en el film. Para Merlino, estar a la altura de parecer uno más de esos profesores supuso todo un reto, y quiso hacer una reivindicación de los mismos: “La gran mayoría de los maestros ponen el cuerpo mucho más allá de los contenidos que imparten”. Y Juan Minujín añadía: “La educación es un espacio de contención social, especialmente en estos barrios marginalizados”.
Efectivamente, en el empeño por “salvar” a su alumno Dilan de las ame- nazas de los narcos, en esa implicación personal más allá de las clases, es donde encuentra su redención personal Paolo. Son ese tipo de actos los que adquieren un valor especial, donde se encuentra la utilidad de las cosas. El maestro que recita poesía mientras se pregunta dónde reside la poesía, quizás ha encontrado la respuesta en las propias conclusiones que ayer daba Lerman en San Sebastián: “La poesía quizás no está en un
Gonzalo García Chasco