Nacido en París en 1967, François Ozon es una presencia recurrente en Donostia desde que en 2000 compitiera por la Concha de Oro con Bajo la arena. En 2012 conseguiría el máximo galardón del Festival con En la casa. Este año inagugura Perlak con Peter Von Kant, película en la que el director galo rinde su particular homenaje a R.W. Fassbinder con una versión de Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, el clásico de 1972 protagonizado por Hannah Schygulla, quien aquí tiene un pequeño papel. La veterana intérprete alemana acompañó a Ozon ayer en el Victoria Eugenia durante la presentación del film.
¿Cómo justifica este acercamiento en clave de homenaje al universo Fassbinder?
No es la primera vez que me acerco a Fassbinder. En 2000 rodé Gotas de agua sobre piedras calientes donde partimos de un guion suyo para una película que nunca llegó a rodar. Peter Von Kant es un proyecto que empecé a desarrollar mientras estábamos confinados. En ese contexto comencé a pensar sobre el futuro del cine y sobre las posibilidades de rodar una película que transcurriera íntegramente en interiores. Esa idea me llevó a Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, película que me gustó mucho, pero de la que tenía un recuerdo lejano. Entonces pensé rodar una historia que, sin ser un remake, fuera un homenaje a aquella obra, un film realizado desde una sensibilidad francesa en oposición al carácter abiertamente germano de la película original.
En un momento dado de su película suena una canción donde se dice “Los hombres destrozan aquello que aman”. ¿No le dio miedo que su amor a Fassbinder le llevase a traicionarlo?
Es una pregunta interesante. Nunca me lo había planteado. De todas formas, esa frase que comentas es de Oscar Wilde. Su visión del amor, como la que tenía Fassbinder, está muy condicionada por la época en la que vivieron. A Wilde su homosexualidad le llevó a la cárcel. Fassbinder desarrolló su obra en una Alemania que buscaba sacudirse de encima su pasado nazi. Yo nací a finales de los 60, una época mucho más luminosa. Mi visión del amor es distinta.
Fassbinder decía que para ser un artista debía doblarse a sí mismo, vivir dos vidas en una. ¿Su visión sobre el oficio de cineasta es parecida?
Yo creo que el problema de Fassbinder es justamente que no supo desdoblarse. Él siempre mezcló lo personal y lo profesional.
Quizá por eso, en su película, el protagonista, un remedo de Fassbinder, asume el cine como una herramienta de poder de la que se sirve para manipular los sentimientos. ¿Cómo cineasta ha sentido ese poder?
Todo director es un manipulador. Manipulas a través de una puesta en escena, manipulas a los actores y también al público. Hay que asumir la manipulación como un acto lúdico y no necesariamente perverso, aunque he de reconocer que a mi me gusta ser un poco perverso, sobre todo con los espectadores (risas).
Eso le iba a decir, que igual suena un poco conflictivo en estos tiempos que un director diga que le gusta manipular a sus actores.
Para mí los actores son tan autores de la película como el propio director. En este sentido, yo siempre establezco relaciones de complicidad y reciprocidad con mis intérpretes, me gusta que haya una mutua confianza, que ellos sepan en todo momento lo que yo espero de ellos y que yo sepa lo que están dispuestos a ofrecerme. Esto es muy útil sobre todo de cara a rodar escenas de sexo. Es importante que todo esté muy claro.
¿Por qué eligió a Denis Ménochet para protagonizar esta película? Aunque ya había trabajado con él anteriormente, este es un papel muy alejado de sus anteriores composiciones.
Tengo que decir que él no fue mi primera opción. Cuando pensé en que Fassbinder tenía apenas 25 años cuando escribió Las amargas lágrimas de Petra Von Kant enseguida especulé con quien podría considerarse su equivalente en el cine actual y me vino a la cabeza el nombre de Xavier Dolan, quien se mostró muy sorprendido con la propuesta. Finalmente la rechazó porque, según me dijo, de haber aceptado, iba a ser inevitable que le identificasen con Fassbinder. Entonces pensé en Ménochet, que es lo opuesto a Dolan, pero me interesaba desencasillarle de esa imagen de ogro que proyecta y explorar su lado más sensible y vulnerable. Creo que si aceptó fue consciente de que nadie le iba a volver a ofrecer nunca un papel así.
Hace veinte años que pisó por primera vez el Festival. ¿Cómo valora la evolución de su carrera desde entonces?
Me sigue encantado hacer cine, es un trabajo que te somete a una gran presión, pero muy placentero. Ahora bien, la presión para el director debía acabar ahí, lo peor es participar de ese servicio post venta que incluye promoción, festivales… Yo no hago cine para eso, sino para crear una obra.
Jaime Iglesias