"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Pequeño caballo de batalla –uno más– entre las dos grandes revistas cinematográficas francesas, "Cahiers du cinéma y Positif", Claude Sautet fue vapuleado por los críticos de la primera y ensalzado por los de la segunda hasta finales de los años noventa. Después de la muerte del realizador, acontecida en julio del 2000, no fueron pocos los cahieristas que empezaron a cuestionar lo escrito en las páginas de su revista sobre el director de Las cosas de la vida. Y si bien es cierto que la obra de Sautet no es tan radical ni arriesgada como la de Godard, Rivette, Rohmer o Truffaut –con este mantuvo una excelente relación–, tampoco se trata de un cineasta aburguesado en las formas por mucho que sus temas principales giraran en torno a la clase burguesa.
Con los años, la filmografía del autor a quien este año el SSIFF dedica su retrospectiva –trece largometrajes, a los que debe sumarse el film policíaco A todo riesgo, que desgraciadamente no podrá proyectarse en el Festival por problemas legales– ha tomado un impulso distinto entre quienes le criticaron en Francia. Aquí fue aceptado y bien considerado en líneas generales, aunque la mayoría de sus filmes de los años ochenta –Un mauvais fils, Garçon!, Quelques jours avec moi– quedaron inéditos, lo mismo que le ocurrió a otro director francés bien distinto a él, Alain Resnais.
Quizás una de las cosas que mejor definen a Sautet es que fuera, precisamente, un director indefinible pese a tener un estilo cada vez más reconocible con el paso de los años y de las películas. Ese estilo se fraguó tanto en el tipo de historias, siempre con mujeres y hombres de clase media alta enfrentados a los problemas y dilemas del amor, en formato pareja o triángulo sentimental, como en una puesta en escena metódica e “invisible” y una estupenda dirección de actores.
Fue fundamental, en este sentido, la buena relación que mantuvo con Michel Piccoli, Yves Montand, Lino Ventura, Daniel Auteuil, Emmanuelle Béart y, sobre todo, Romy Schneider. Con todos y todas hizo al menos dos películas. Con Romy, cinco. La actriz comenzó como emperatriz Sissi y acabó protagonizando filmes tan viscerales como Lo importante es amar, de Zulawski, trabajando entre medio con Visconti o Losey. Pero Sautet fue quien mejor supo entenderla –y entender su fragilidad, tensión y calidez– y extraer todos los matices posibles en el trabajo de dirección de actores.
Formando pareja con Piccoli en Max y los chatarreros y Las cosas de la vida, con Montand en Ella, yo y el otro, o siendo el eje sobre el que pivota toda una película en Una vida de mujer, Romy Schneider transportó a la pantalla, desde la perspectiva femenina, las inquietudes de un cineasta masculino sobre las relaciones de pareja, las inseguridades y afectos, los dilemas de la edad madura, las certezas y las desilusiones en el amor. Nadie como Romy para ilustrar los mejores personajes femeninos de Sautet –aunque también son muy definitorios los que incorporó Béart en Un corazón en invierno y Nelly y el Sr. Arnaud–, y nadie como Sautet para dirigir con calma y precisión a Romy.
En una ocasión, Sautet fue definido como el Yasujiro Ozu del cine francés. Puede parecer exagerado, dada la relevancia del director de Cuentos de Tokio en el contexto del cine japonés y el mundial, pero no andaba desencaminado quien lo dijo dado el tacto, el respeto y la franqueza con los que Sautet filmó a sus personajes, en apariencia firmes, pero muchas veces instalados en una profunda deriva emocional.
Quim Casas