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¿Construir su propia cárcel por crímenes cometidos? Ese es el precio que deben pagar los protagonistas de La jauría, ópera prima del colombiano Andrés Ramírez. Tras recibir el Grand Prix en la Semana de la Crítica de Cannes y el premio SACD a mejor guion otorgado por la sociedad de autores, el director confiesa que “el resultado fue mejor de lo esperado, la película tuvo una gran acogida y lo que pasamos en Cannes lo asimilé una vez acabó el festival. Todo lo que hemos vivido con La jauría ha ido in crescendo”.
La historia transcurre en un centro de rehabilitación experimental en medio de la selva. En él, un grupo de jóvenes intentarán reconstruirse a sí mismos mientras construyen, poco a poco, la finca donde los tienen recluidos. Una serie de acontecimientos harán que Eliú, interpretado por Jhojan Stiven, que acompaña al director en su visita a San Sebastián, tenga que enfrentarse a su pasado y escapar de la oscuridad que habita en los seres humanos que lo rodean y en él mismo antes de que sea demasiado tarde.
El intérprete nos cuenta que “verme en pantalla ha sido una fantasía muy grande”. Para él, el mundo que ha creado Ramírez no dista mucho de su propia realidad: “El protagonista se fue descubriendo poco a
poco. La gran ventaja es que parte de La jauría contiene pedazos de mi propia vida con los que me sentía muy familiarizado”. El director añade que “esa faceta que tiene Jhojan, ese silencio tan suyo, es lo que heredó su personaje”. Sin embargo, continúa: “Cuando introducimos personas reales para interpretar personajes tendemos a comprometerlos emocionalmente. Por eso, lo que intentamos con esta película fue distanciar al protagonista del intérprete. Para mí eso es el cine; el cine no es la vida real”.
Este film, esta historia, comenzó como “un impulso. En el camino descubrí por qué estaba haciéndola y por qué la hice. Ha sido un proceso en el que lo que me interesaba era hablar sobre la paternidad, sobre la
posibilidad de cambiar a lo largo de nuestra vida, hablar sobre las raíces, sobre aquellos lugares de dónde venimos, una reflexión sobre la naturaleza humana, sobre la violencia que llevamos implícita en nosotros mismos. Quería transitar en esas preguntas a través del arte”.
Y mientras todas esas cuestiones danzan en el transcurso del film, esos chicos van construyendo esa cárcel en un lugar no pensado para serlo: “No quería que estuvieran encerrados en la prisión que todos tenemos como referencia”. El cineasta quería que “esa cárcel fuera como un edén caído”. Un lugar que, en su día, fuera ostentoso y que reflejara un pasado esplendoroso. Para el director también era importante plasmar que ese espacio en ruinas está carcomido por la vegetación: “Queríamos que la película no solo se viera y se escuchara, sino que se oliera, se identificaran las texturas, el sudor, lo corroído y que la propia naturaleza no solo fuera un background sino que estuvieran inmersos en el paisaje”.
Ramírez concluye que “el fuera de campo es muy importante en la película y está conseguido en base a la naturaleza, al entorno. En la región donde vivimos es increíble la riqueza sonora de las chicharras, el sonido de los insectos tiene mucha fuerza. Algo que también quise construir fue ese aspecto de espiritualidad y conseguir así que la música nos trasladara a ese otro tono, a esa otra capa”.
M.A.