"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Los títulos de crédito de A Coachman (1961), muy modernos, aparecen sobre la silueta casi quemada, blanco sobre fondo negrísimo, de la rueda de un carromato girando sin parar. La rueda de la vida. La rueda de la fortuna. La rueda del carro del protagonista del film, un buen hombre, en el sentido más literal posible del término, que intenta seguir viviendo de su trabajo como cochero. Pero los carros tirados por caballos están en crisis ante el auge de los automóviles, y la dueña de los carromatos, una empresaria sin escrúpulos, está pensando en vender los caballos. El protagonista representa una forma de vida que toca a su fin. Pero está finalizando con una gran dignidad.
A Coachman es el cuarto largometraje de su director, Kang Daejin, nombre fundamental en el melodrama coreano de los sesenta centrado en las relaciones entre padres e hijos en un contexto social humilde. Es también el primero en obtener un galardón importante en un festival internacional, el premio especial del jurado en Berlín. No es de extrañar que conectará con plateas occidentales porque se basa también en las fuentes neorrealistas que causaron furor la década anterior. Los personajes viven en otro barrio de chabolas, no tan decrépito como el de Aimless Bullet, otra piedra angular del cine coreano dirigida el mismo año por Yu Hyunmok; y en la primera secuencia, uno de los hijos del cochero es perseguido por las estrechas callejuelas sin adoquinar porque ha robado una bicicleta, como en el célebre film de Vittorio de Sica.
Si en algunas cosas conecta con el cine social europeo de los mismos años, en muchas otras es un producto que responde a las exigencias y necesidades de la sociedad coreana del momento. Uno de los puntos fuertes del film, que es mucho más coral que individual, reside en las relaciones del protagonista principal con sus cuatro hijos: el mayor estudia abogacía y el menor sigue callejeando y enredándose en peleas, mientras que la hija pequeña frecuenta los bares con una amiga en busca de un buen partido y la cuarta, sordomuda de nacimiento, es maltratada por su esposo.
“Ante los hombres tienes que fingir que el mundo es tuyo”, le dice la amiga a la hija mientras le enseña a contornearse para atraer a un posible marido. Fingimiento para alcanzar una meta en una sociedad donde la posición social es el bien más preciado. Esta conversación sigue a la secuencia en la que el padre increpa a su yerno por golpear a su hija. Entre ambas situaciones se evidencia una visión realista del papel de la mujer en la sociedad surcoreana de la posguerra. Especialmente bella es la relación con la hija sordomuda: protección, cariño y comprensión para alguien que es pobre, mujer e incapacitada en un mundo que absorbe a quienes le resultan molestos. Y particularmente delicado es el vínculo oculto que el cochero tiene con la sirvienta de su jefa, coronado con una escena en la que van juntos al cine porque eso es lo que realmente desean. El final, en un Seúl nevado, es muy hermoso, digno colofón a una película sobre la estima y la supervivencia.
Quim Casas