El concepto ‘cine de autor’ es un término que, en principio, parece incidir en la especificidad de una obra asociada a la singular personalidad de quien la firma. Sin embargo, muchas veces, las películas más personales pueden tener un germen alejado de las inquietudes de los directores. La hija, que ayer se proyectó fuera de concurso en la Sección Oficial del Zinemaldia, es un film donde confluyen muchos de los elementos que definen el particular universo creativo de Manuel Martín Cuenca, un autor muy vinculado al Festival desde que presentase en Zabaltegi su ópera prima, La flaqueza del bolchevique (2003), y que ha competido por la Concha de Oro hasta en tres ocasiones: Malas temporadas (2005), Caníbal (2013) y El autor (2017). El productor Fernando Bovaira, explicó que el origen de este proyecto parte de un argumento de Félix Vidal que interesó al también guionista Alejandro Hernández, “pero que cuando entró en juego Manolo, se convirtió en otra cosa porque él, más que dirigir películas, las posee”.
El director, por su parte, explicó que lo que le interesó de la historia original fue “la ambigüedad moral que tenían los personajes y a partir de ahí decidí llevarla a mi terreno”. Un terreno habitado por muy pocos personajes y un conflicto soterrado que va haciendo mella en ellos: una pareja incapaz de concebir un niño y una menor embarazada a la que estos acogen en casa y con la que pactan que les entregue a su hija cuando nazca. Javier Gutiérrez, encargado de interpretar al protagonista, educador de un centro de menores del que huye la chica en cuestión, comentó que, para él, “La hija es una historia de amor, lo que ocurre es que en nombre del amor se cometen atrocidades. Y este matrimonio intenta salvar su amor de forma desesperada y totalmente kamikaze”. El intérprete destacó el prolijo trabajo de preparación que Manuel Martín Cuenca acomete con sus actores, “que provoca que cuando lleguemos al set ya vayamos con la mitad del trabajo hecho. Aparte de los ensayos, Manolo parte de una idea que, a mí personalmente, me atrae mucho y es la de considerar el guion no como algo cerrado sino como una suerte de mapa que nos guía, pero dejando margen para que los personajes fluyan”. En idéntico sentido se manifestó Patricia López Arnaiz. La ganadora del premio Goya a la mejor actriz por Ane quiso poner en valor el conocimiento de su personaje alcanzado a través de los ensayos previos, aduciendo que “más allá de lo que vemos en la pantalla, mi personaje atesora una experiencia detrás de sí muy dura, un pasado que trabajamos y que, cuando llegó el momento de rodar, hizo que llegara al set con un dolor muy fuerte”.
Manuel Martín Cuenca valoró, asimismo, la importancia que tienen las localizaciones en sus películas, manifestando que “para mí, la geografía siempre es un personaje más”. La importancia del paisaje en la filmografía del realizador almeriense tiene que ver con ese elemento orgánico, telúrico incluso, que define su estilo visual y que en esta ocasión representó un elemento de inspiración para el grupo Vetusta Morla a la hora de componer el score de la película: “Fue un reto doble porque no solo era nuestra primera banda sonora, sino que se trata de una película básica y ancestral donde lo superfluo queda fuera – explicó Guillermo Galván, integrante de la banda–. Sobre esa base decidimos hacer una música que surgiera de la propia historia, usando para ello pistas de sonido de la propia película hasta lograr una paleta sonora inspirada en el sonido del aire, del agua, de los automóviles…”. El director explicó que a la hora de decidirse por el grupo madrileño, más allá de sus canciones “lo que me animó a contactarles fueron las bases sonoras de sus temas”.
Jaime Iglesias