"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Sin lugar a dudas el texano Wes Anderson es uno de los directores más reconocibles del cine actual. Pocos directores como él consiguen que únicamente mediante un fotograma, un decorado o una situación concreta seamos capaces de identificar su origen. Su sello es innegable. Su firma personal y, de momento, inimitable. Y su estilo cada vez más depurado, cada vez más cercano a la perfección. Ha conseguido una fórmula propia y crear un universo cinematográfico particular.
De la misma forma que un parque de atracciones tiene sus distintas áreas temáticas, el universo de Wes Anderson tiene sus películas. No importa que transcurran en la madriguera de un zorro urbanita como Fantástico Sr. Fox, en una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra como Moonrise Kingdom, en un decadente hotel en Europa Central como El gran hotel Budapest o en un Japón en plena pandemia canina como Isla de perros. Todas esas películas parecen ocurrir en un mundo propio, personal y particular al que podríamos llamar ‘Wesandersonlandia’. Y con The French Dispatch (La crónica francesa) se incorpora una nueva área temática: la Francia de provincias de mediados del siglo XX. La Francia de Jacques Tati, al que para que no queden dudas, Anderson homenajea en el film reproduciendo el archiconocido plano de la subida a la casa de Mi tío.
Esta vez ambienta su película en la redacción de The French Dispatch, el suplemento de un diario estadounidense claramente inspirado en la revista The New Yorker, editado en la muy francesa ciudad de Ennui-sur-Blasé, algo así como Aburrimiento-sobre-Desgana. Incluso toma su estructura episódica prestada de este tipo de revistas: tras el obituario del director de la revista, tres historias muy francesas de lo más variopinto extraídas del último número de la publicación –una sobre el arte y la salud mental, otra sobre las reivindicaciones juveniles de los sesenta y otra sobre gastronomía– más una nota final. Una carta de amor al periodismo, a los periodistas (convertidos en los pequeños héroes de la película), a las pequeñas grandes historias y a los que nos las cuentan. Una película episódica en la que a pesar de la falta de un arco dramático que abarque todos los componentes del film, la unidad de tono y de estilo consigue que su narración resulte cohesionada y compacta y la sensación al verla, similar a la de leer una de esas revistas en las que se inspira.
Porque Anderson sigue con su obsesión por la simetría, su tendencia a las pantallas partidas mediante la composición del plano y no del montaje, sus situaciones extrañas, el acercamiento irónico a sus personajes, sus diálogos excéntricos, su extensísimo reparto lleno de nombres habituales en su filmografía y de prestigiosos debutantes muchos de ellos en papeles que son poco más que cameos con frase, sus colores pastel, la música de Alexandre Desplat y todo envuelto en unos decorados y un tono de cuento y fantasía. Y así el nuevo mundo temático de La crónica francesa, se integra a la perfección en el universo de Wesandersonlandia.
Carlos Elorza