El estreno mundial de la nueva película de Woody Allen, Rifkin’s Festival, inaugurará hoy, fuera de concurso, la 68 edición del Festival de San Sebastián. Esta comedia romántica enmarcada en el Zinemaldia es
un homenaje al cine y su mundo de fantasía.
No va a poder asistir al estreno en el Zinemaldia. ¿Cómo se siente?
Todos en el film nos moríamos por volver a Donostia porque, aunque no haya festival, siempre quieres volver a la ciudad. Es por eso que elegí hacer esta película en San Sebastián, porque la recordaba del Festival y me acordaba de lo maravillosa que era. Escribí el film sobre el Festival porque quería ir a San Sebastián. Todos estamos locos con la ciudad. Creemos que es bella, amamos a la gente, sus calles, la atmósfera, el tiempo, la comida... Es un pequeño paraíso. Todos queríamos volver para el Zinemaldia, estábamos emocionados con la idea pero entonces pasó lo del virus y una nueva situación se planteó. Yo llevo meses en mi casa, saliendo lo justo para un paseo, porque la situación es terrible. Estamos muy decepcionados.
Pese a todo, comienza la promoción de su nueva película. ¿Es esta la peor parte del proceso de creación de un film?
A nadie le gusta plantarse escuchando a la gente decir cosas buenas de uno mismo. No quieres alardear, no quieres parecer inmodesto… y en eso consiste la promoción. Nadie que hace un cuadro, un libro o una película quiere decir a la gente lo bueno que es porque la audiencia puede creer que lo puedes hacer mejor y quedarse decepcionada. La promoción es una cosa muy incómoda y antinatural para el artista. Para la compañía cinematográfica es una situación bien diferente. Para el artista que hizo el film decirle a la gente que tiene que ir a verla porque es muy buena es una cosa extremadamente antinatural y extraña.
En Rifkin´s Festival se vuelven a plantear las grandes cuestiones existenciales mezcladas con la trivialidad de la vida cotidiana. ¿Somos seres tragicómicos?
Creo que la condición humana es innegable y profundamente trágica. No hay duda, es una pesadilla. Pero en el contexto de esta pesadilla existen esos oasis, esos pequeños momentos de alegría, de comedia, que son muy agradables y placenteros pero, más allá, el contexto es que estás en un desierto hostil, horroroso y tórrido que no es precisamente un lugar para el disfrute. Pero, de vez en cuando, te encuentras un oasis donde hay agua y palmeras... Te relajas un poco ahí y después vuelves al desierto. La existencia humana es igual: hay momentos placenteros, algunos de los cuales suceden cuando vas al cine. Cuando el mundo es terrible y todo va mal en tu familia o en tu país, entras en un cine, en su oscuridad, y en las próximas dos horas y media todo desaparece a excepción de lo que hay en la pantalla. Y cuando el mundo te deja sin aliento otra vez, vas y ves otra película o eliges otra forma de escape: vas a un partido de fútbol, o a un concierto, o a la ópera, algo que libere tu mente. Pero, desafortunadamente, siempre se vuelve al contexto trágico.
La película es un continuo homenaje a los clásicos del cine. ¿Su amor por ellos sigue intacto?
Amo el cine en general. Los clásicos son los mejores. Los que te transmiten la alegría de estar en el cine. Los que tomaron el cine y lo convirtieron en una forma de arte. Los que llegaron al público no como una distracción sino como una complicación. Sus filmes son tan artísticos y tan buenos que te sientes bien cuando sales del cine aunque sean trágicos, maduros, no escapistas.
En su reinterpretación humorística de escenas clásicas del cine en Rifkin´s Festival, ¿hay una intención desmitificadora e irreverente?
Es interesante, lo comentaba hace poco con alguien: crecí en Nueva York y mis amigos y yo salíamos a las calles, todo lo que hacíamos era jugar al béisbol en la calle, al basket, a las cartas, al póker... No teníamos dinero y no éramos para nada unos intelectuales. Pero todos veíamos las películas, películas de todo tipo al final de la Segunda Guerra Mundial, películas de Francia, Suecia, España… ¡Era maravillosa la suprema inspiración de aquellos cineastas! No éramos intelectuales pero lo bueno de esos directores era que mientras el contenido era profundo e intenso, básicamente eran maestros del entretenimiento. Una película de Ingmar Bergman era intelectual en cuanto al contenido, pero, respecto a lo que cuenta, crea historias completamente fascinantes y llenas de suspense que te mantienen al borde de tu asiento. Porque esta gente eran maestros del entretenimiento: Truffaut lo era, Buñuel lo era. Eso es lo que les hace grandes, son profundos pero no aburridos. No tenías que ser un intelectual para ver Amarcord o La strada. Es por eso que nunca consideré esos filmes intelectuales.
¿No le preocupa que el público no conozca todas esas referencias culturales citadas en la película?
Hacer esta película fue para mí una alegría no sólo por San Sebastián, la gente y los actores, sino por el tema principal de la película. No sé cuánta gente de la audiencia conocerá los filmes, no creo que sea importante haberlos visto, creo que la película se entiende con esas escenas o no, pero espero haber sido capaz de comunicar a la gente mi gran amor por el cine como arte, y que sientan lo mismo: que hay películas entretenidas y maravillosas.
Irene Elorza