"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
A él, a Roberto Gavaldón, que se fue a Los Ángeles en 1926 para hacerse mecánico dental y se chocó con el Cinematógrafo donde empezó como extra, continuó como utillero y fue anotador y asistente de dirección de más de cincuenta películas antes de firmar en 1944 La barraca, le llamaban ‘El Ogro’. Con razón. Era feroz y nada tibio con quienes con él (para él) trabajaban.
Poco le importaba que fueran divinas divas como María Félix, galanes capaces de recitarles Hamlet a las turistas estadounidenses (sic) como Pedro Armendáriz, magos de la luz como Gabriel Figueroa o damas que reinaban en la sala de montaje como Gloria Schoeman, una de las primeras mujeres editoras que el mundo del cine conoció. Y respetó.
A ella, su padre le puso de nombre Libertad. De hecho, fue la primera muchacha española en ser así llamada. Como era de imaginar, cuando el ejército vencedor de la Guerra Civil proclamó la paz de los cementerios, las cunetas y el exilio, Libertad tuvo que huir. A México precisamente. Libertad era hija del escritor Vicente Blasco Ibáñez, bien amado por aquel Hollywood naciente. Suyas eran las historias tras Sangre y arena y Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Libertad trabajó desde el principio de su exilio en el cine. Con ‘El Ogro’. De hecho, ella es la guionista de La barraca. Y encabeza (en las enciclopedias) los créditos del libreto de esta Flor de mayo, adaptación igualmente de una obra de su padre. Los demás escribidores fueron Edwin Blum, Iñigo de Martino y Julián Silvera.
Flor de mayo es un glorioso melodrama a la mexicana. Melodrama de bajura pues vamos a salir a la pesca, más o menos ilegal, del camarón capitaneados por un pirata de galana planta y acento estadounidense que no es otro que el Jack Palance al que nosotros hemos amado desde Pánico en las calles (1950) hasta Este poli es un panoli (1994).
Flor de Mayo, producida por Moctezuma Films en tupido y tórrido Eastman Color-Mexiscope, sonorizada por los Estudios Churubusco y con los salitrosos, tequilosos y lluviosos exteriores filmados en la Pesquera de Topolobampo, en el estado mexicano de Sinaloa donde hasta antes de ayer reinaba el Chapo Guzmán, es una película de las de antes de todos los movimientos de igualdad, paridad y otras historias mil. A María Félix la van a abofetear. Por perdida. Por mala mujer. Por traicionera. Pedro Armendáriz va a odiar a su hijo cuando descubra que no es suyo. Y va a ‘tomar’ muchos tragos, coger un cuchillo grande y buscar al padre verdadero. Pero se le cruzará un sacerdote sensato y amigo más o menos fiel.
Melodrama de la Edad de Oro de la cinematografía mexicana. Rotundo. Con una banda sonora de impacto y subrayado compuesta por Gustavo César Carrión, grandísimo artesano capaz de musicar lo mismo El ataúd del vampiro (1958) que todas las de El Santo, enmascarado o no.
Flor de mayo reúne a un puñado de seres más grandes que la vida y las pantallas todas: un ogro, una muchacha llamada Libertad, aquella a la que decían ‘La Doña’, Jack, Pedro… Oro puro bañado en salitre y sexo (oculto). En Eastman Color-Mexiscope.
Begoña del Teso