En 1913, la mítica bailarina Isadora Duncan perdió a sus dos hijos pequeños en un accidente. La tragedia le marcó de por vida, y a modo de despedida creó una pieza de danza, un solo de despedida titulado “Mother”, consistente en un gesto con el que una madre acuna a su hijo por última vez. Esa pieza sirve de inspiración al cineasta Damien Manivel, antiguo bailarín (quien ya participó en la sección Zabaltegi-Tabakalera en 2017 con su anterior película, La Nuit ou j’ai nagé), para filmar Les Enfants d’Isadora, con la que ganó el Premio a la mejor dirección en Locarno. Con esta obra, el director francés ahonda en su personal lenguaje fílmico, basado en la delicadeza de los movimientos y la importancia del silencio.
No es de sorprender que un cineasta que ha sido bailarín encuentre en la danza motivos en los que basar una película pero, en concreto, ¿cómo nació la idea para construir estas cuatro historias de mujeres que interpretan una misma danza en situaciones distintas?
La verdad es que me ha llevado cuatro largometrajes el poder llegar a hacer una película que abordara el baile; en mis anteriores películas no está presente. Pero siempre quise hacerla, aunque no sabía muy bien cómo aproximarme a ello sin caer en un tópico. Quería un enfoque diferente. Además, cuando algo te toca muy de cerca no es fácil esa aproximación. Pero ahora sí sentía que era el momento adecuado.
Y la pieza de Isadora Duncan te aportó esa aproximación especial…
No al principio. Comencé trabajando en una improvisación con la actriz Agathe Bonitzer, que protagoniza la primera de las historias, para ver a dónde me llevaba. Esa improvisación la vieron unos amigos que me dijeron que el gesto les recordaba el solo “Mother” de Isadora Duncan, y fue entonces que conocí su particular historia. Me pareció muy conmovedora, y a partir de ahí ya creé la estructura del film.
¿Qué es lo que te aportó de cara a la película?
Encontré algo del pasado, algo profundo, emociones de hace uno o dos siglos. Son gestos que yo denominaría ancestrales, muy minimalistas y muy líricos, y que ya no se suelen emplear. Los bailarines contemporáneos no bailan así. Pero pensé que podían ser trasladados al día de hoy. Eso me interesaba. Es una película acerca de la transmisión. Isadora Duncan lleva muerta un siglo, pero a través de su arte se pueden alimentar las energías de otras personas a lo largo del tiempo.
En la película se leen unas palabras con las que la propia Isadora Duncan afirma, acerca de su pieza “Mother”, que ella no creó este baile, que existía antes que ella y que el dolor la despertó…
Exacto. Los gestos humanos están llenos de emociones, y en este caso no es que vengan de Isadora, vienen de siempre. Isadora los tomó, y ahora otras personas los pueden volver a tomar. Todo el mundo puede bailar, y todo el mundo tiene la capacidad de expresarse a través del arte. Creo que eso es exactamente lo que Isadora Duncan quería expresar con su danza.
¿Qué me puedes contar de cada uno de los cuatro personajes?
Quería que fueran cuatro personajes muy diferentes. Yo lo que quería mostrar era cómo el mismo gesto es interpretado por distintos cuerpos en diferentes situaciones. Y dejé que cada una de las intérpretes tuviera plena libertad para hacer su propio movimiento. Sobre sus historias quiero que sea el propio espectador el que tenga la libertad de sentir e interpretar. Siempre mantengo un espacio abierto en el que el espectador pueda entrar.
Y fiel a un lenguaje propio…
Sí. Mi cine se nutre de movimientos delicados, silencios, pocas palabras pero muy cuidadosamente elegidas… No es que quiera hacer algo diferente, es cuestión de encontrar mi propio lenguaje.
En la propia película se dice que todos necesitamos encontrar nuestro gesto, que es como decir nuestra propia manera de hacer las cosas.
Y eso mismo es aplicable al cine.
¿Qué reacciones a esta película has encontrado en el público?
La gente que se acerca a mí a hablarme de la película me habla sobre todo de emociones, y especialmente de pérdida, de dolor…
¿Crees que el arte puede ayudar a superar el dolor?
Creo que ayuda a atravesar el dolor, a sobrevivir, pero no a superarlo.
Gonzalo García Chasco