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Lo primero que llama la atención en la película L’île aux oiseaux de los suizos Maya Kosa y Sergio da Costa es la particular localización en la que se desarrolla: un centro de rehabilitación de aves. La idea surgió por pura casualidad, cuando da Costa encontró un pájaro herido y buscó en internet algún lugar donde pudiera llevarlo para que fuera curado. El centro que encontró, y que sería el que se convertiría en el escenario del film, le impactó por su imagen caótica y desorganizada, algo peculiar precisamente en un país como Suiza, que se caracteriza por ser todo lo contrario. Este contraste fue determinante para que germinara la idea.
El concepto de contraste está muy presente en todo el film. Este centro se encuentra ubicado junto a un aeropuerto y padece permanentemente el ruido de los aviones sobrevolando (trataban de filmar en intervalos de sólo dos minutos, que era el margen que tenían entre despegue y despegue). “Allí hay pájaros mecánicos que vuelan, y pájaros biológicos que deberían volar y no lo hacen”, indica da Costa.
El film establece una relación entre los animales heridos y la fragilidad humana
Pero las aves no son los únicos animales presentes. El encargo que le otorgan a Antonin, el joven que ha vivido aislado del mundo durante años a causa de una enfermedad, y que busca en este trabajo una manera de reintegrarse en el mundo, es el de estar pendiente de la cría de los ratones que han de servir de alimento a las aves rapaces. “Este lugar no es bonito, pero tiene una cierta complejidad, porque en él se produce una relación de fuerza entre las distintas especies, incluida la humana, que es la que controla la Naturaleza. Nos gustaba la idea de recrear la propia cadena alimenticia dentro de ese reducido espacio”, explica la codirectora Maya Kosa. “Nos daba la oportunidad de relacionar la experiencia del hombre con la del animal dentro de ese microcosmos”, añade Sergio da Costa.
Por eso hay un claro paralelismo entre la realidad de Antonin y la de la lechuza que en la película llega al centro conmocionada. “Hablamos de la fragilidad humana. En ese centro se emplea a personas con problemas, desocupadas, en busca de reinserción. De este modo, se crea un flujo de ayuda mutua entre las personas frágiles y los animales heridos”, indica Kosa.
Anclados a la realidad
En pantalla se concede una especial atención al detalle, algo que se manifiesta muy explícitamente en el acercamiento a las heridas de los animales. “Me atraen especialmente los hospitales porque tienen que ver con la fragilidad humana. Las heridas que se ven adquieren una dimensión metafórica y conectan con las propias heridas humanas, físicas y anímicas. Por otro lado, estamos muy desconectados de la fragilidad animal, por eso nos parecía importante atender a esas heridas”, concreta da Costa.
Ante todo quieren hacer un cine anclado a la realidad. Todos los personajes que aparecen en la película son ellos mismos con excepción de Antonin, que no trabaja allí, pero su experiencia vital es exactamente la que se ve en el film. “Queremos trabajar la verdad”.
Por eso, para ellos un rodaje tiene algo de descubrimiento: “Vivimos el rodaje como una experiencia en sí misma, sin tener todas las cosas estructuradas de antemano. Más que una narrativa, lo que queremos es colocar al espectador ante una experiencia nueva”, explican. Esta joven pareja de directores tiene claro el cine que quieren hacer: les interesan las atmósferas, la música, los estados de ánimo. Y en este caso, ello se convierte en una suerte de ‘isla de pájaros’ donde se debe identificar el aislamiento, el cambio, la adaptación, la fragilidad humana.
Gonzalo García Chasco