"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
La obra del excelente director de fotografía mexicano Gabriel Figueroa (1907-1997) siempre ha estado asociada a la del director Emilio ‘Indio’ Fernández, con quien hizo, cierto, títulos clave de la cinematografía mexicana como Flor silvestre, María Candelaria, La perla y La malquerida. Pero Figueroa, que debutó como cámara en la inacabada ¡Qué viva México! de S. M. Eisenstein, y cuya filmografía incluye más de 200 títulos rodados entre 1932 y 1986, fue la luz de Luis Buñuel en otro puñado de filmes (Los olvidados, Él, Nazarín, La fiebre monta a El Pao, La joven, El ángel exterminador y Simón del desierto) y trabajó en películas estadounidenses filmadas en México como El fugitivo (John Ford), La noche de la iguana y Bajo el volcán (John Huston), Los violentos de Kelly (Brian G. Hutton) y Dos mulas y una mujer (Don Siegel). También fotografió a Cantinflas en varias películas (El circo, Los tres mosqueteros), colaboró con Juan Antonio Bardem en Sonatas y fue el operador de otro título emblemático del cine popular mexicano, La cucaracha, en el que iluminó los rostros de María Félix, Dolores del Rio, Indio Fernández e Ignacio López Tarso en un drama ambientado durante la revolución villista.
A Félix, Del Río y López Tarso los tuvo delante de su cámara en otras ocasiones, todas bajo la batuta de Roberto Gavaldón. La relación entre este y Figueroa fue tan o más fructífera que la establecida con Indio Fernández y Buñuel. Juntos trabajaron en una docena de ocasiones, haciendo más trágico el gesto de Félix en Camelia y el de Del Río en El niño y la niebla; capturando la atmósfera de ranchera y western del ciclo de películas consagradas a la figura de Heraclio Bernal; sumiendo en la penumbra moral a la actriz Pina Pellicer en Días de agosto. Macario fue uno de los momentos álgidos de esta asociación. Figueroa filmó los ritos de la vida y la muerte en esta curiosa muestra de realismo fantástico y obtuvo en 1960 un premio técnico a la mejor fotografía en el festival de Cannes, donde ya había ganado en 1946 por María Candelaria.
Figueroa fue uno de los maestros del blanco y negro, aunque también hizo la fotografía de dos de las primeras películas en color de Gavaldón, Flor de mayo y El gallo de oro. De él recordaremos los cielos algodonosos de La perla, la iluminación expresionista de El fugitivo, las estancias de las que los personajes no pueden salir en El ángel exterminador y la playa de Puerto Vallarta donde baila Ava Gardner en La noche de la iguana, pero también la crudeza del pueblo oprimido por un cacique en El rebozo de Soledad, la pesca y el mar de Flor de mayo, los escenarios petrolíferos de Rosa blanca y las calaveras y velas de Macario, algunas de sus mejores colaboraciones con Gavaldón.
Quim Casas