Neil Jordan puede presumir de una filmografía tan interesante como ecléctica. Autor de películas de culto como En compañía de lobos (1984) o Mona Lisa (1987), de taquillazos como Entrevista con el vampiro (1994) o de sleepers como Juego de lágrimas (1992), no es muy amigo de ejercer como jurado pero decidió aceptar la propuesta del Festival atraído por el carácter popular del certamen.
¿Cómo afronta la experiencia de ser presidente del jurado?
La verdad es que es la tercera vez que estoy en un jurado, antes solo ejercí como tal en Venecia y en Tokio y no es algo que suela hacer habitualmente. Pero San Sebastián me parece un festival muy agradable y además tiene el aliciente de poder disfrutar de las películas en compañía del público. Ver un film rodeado de quinientas personas es una experiencia muy distinta a poder hacerlo tú solo en un pase privado. Fue eso lo que finalmente hizo que me decidiera a aceptar la oferta de estar aquí este año presidiendo el jurado; eso y la posibilidad de poder acceder a un tipo de películas diferentes a las que puedo ver en Dublín, donde vivo.
Hay directores que reconocen que lo pasan mal juzgando la obra de otros colegas. ¿Es su caso?
No, porque yo no estoy aquí para juzgar ningún trabajo. Las películas me generan una respuesta emocional y sobre esa pauta las valoro.
¿Qué tipo de películas le interesan como espectador? Si nos atenemos a sus trabajos como director, usted tiene una filmografía muy heterogénea.
Yo veo de todo y disfruto de todo, desde las películas de Marvel que suelo ir a ver con mis hijos hasta cine de arte y ensayo. Cualquier cosa que se haga con una cámara me interesa.
Usted alcanzó uno de sus primeros éxitos con En compañía de lobos en una época donde el cine fantástico no gozaba de la reputación que actualmente tienen. ¿Se siente un pionero?
Es cierto que hacer aquella película fue una idea de locos, pero la rodé convencido de que el cine es el único arte que me permitía contar una historia como aquella mezclando géneros, tonos y registros. Hoy en día hay toda una corriente de cine de terror en EE.UU que no reconoce ningún tipo de fronteras, pese a lo cual no me tengo por un precursor.
¿Cree que lo que define el relato cinematográfico es justamente el no reconocer ningún tipo de fronteras?
En parte sí, lo que ocurre es que el cine ha ido creando sus propios géneros pero, en el fondo, una película tiene que ser como una mansión: Tiene una fachada con un estilo definido, pero luego, en su interior, cada habitación es distinta; con lo que el resultado es una mezcla de ambientes.
Usted ha desarrollado una relación ambivalente con Hollywood. Ha trabajado regularmente allí pero sin establecerse en Los angeles.
Hollywood ya no existe, aquello ha cambiado tanto que, hoy por hoy, no creo que sea exacto hablar de un cine ‘made in Hollywood’. Yo estoy feliz de haber vivido aquella experiencia, sobre todo porque Los Angeles es una ciudad donde todo gira en torno al cine, es decir, es un lugar donde lo único que importa es aquello que a ti más te gusta. Dicho lo cual, es verdad que trabajar en Hollywood para un director europeo puede llegar a ser frustrante pero también te enseña muchas cosas. La primera película que hice allí, Nunca fuimos ángeles, con Sean Penn y Robert De Niro, fue un fracaso absoluto, pese a lo cual volvieron a reclamarme. Y eso es así porque los grandes estudios, pese a que su prioridad fue siempre la de rodar películas que fueran éxitos de taquilla, mantenían un cierto compromiso con el cine como forma de expresión artística. Yo incluso llegué a rodar para Warner una película independiente. Hoy en día, con las plataformas digitales dirigiendo el negocio audiovisual no sé si habría podido rodar algo así.
El año pasado usted volvió al cine con La viuda tras un largo período dedicado a la televisión. ¿Es ahí donde está el trabajo o es que cada vez cuesta más sacar adelante el rodaje de una película para el cine?
Es una mezcla de ambas cosas y, además, en la televisión actual se suele apoyar más el talento que en la industria del cine. Te permiten contar una historia con más libertad y con más posibilidades que las que te brinda el cine y eso para alguien como yo, que en esencia es un contador de historias, es algo formidable. Luego hay otros aspectos que se resienten: la fotografía, el sonido… En ese sentido la experiencia de ver una película en una sala de cine sigue resultando incomparable
Jaime Iglesias