Charlar acerca de su obra con el director británico afincado en Barcelona, Justin Webster, significa mantener un apasionado debate sobre el potencial del documental y sus particularidades frente a la ficción. Siempre ha trabajado en ese universo. Comenzó como escritor de literatura de no ficción, y luego inició una carrera como realizador de documentales, siendo responsable de títulos como Barça confidencial (2004), Conexión Madrid (2007), Seré asesinado (2013), premio al mejor director en el Festival de Cartagena de Indias, o El fin de ETA (2017), que formó parte de la sección Zinemira del Zinemaldia. En los últimos años ha trabajado en series, también documentales, como “Muerte en León” (2016) y “Six Dreams” (2018), que es la primera serie documental producida en España para Amazon Prime Video, ganadora de dos Emmys, y en la que en este momento está trabajando para una segunda temporada. Ahora, presenta en Zabaltegi-Tabakalera una nueva serie de seis capítulos, “El fiscal, la presidenta y el espía”, que aborda todas las ramificaciones que emergen del asesinato en 2015 del fiscal Alberto Nisman en Argentina, que investigaba al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner por su presunto encubrimiento de Irán en un atentado terrorista.
Webster ha estado trabajando durante casi cuatro años en este proyecto y ha llegado a manejar más de mil horas de archivos y grabaciones. “Me interesó especialmente este caso porque es una historia muy compleja, con muchas capas diferentes, que viene del pasado, está en el presente, y seguirá teniendo consecuencias en el futuro. Pero admito que al principio no quería hacerlo, porque preveía que iba a ser enormemente complicado. De hecho, ha sido mi proyecto más difícil, pero confío que de alguna forma sea también un medio para esclarecer lo que ocurrió, aunque no pueda ser del todo, porque eso es casi imposible en estos marcos políticos y en estos tiempos tan intoxicados”, explica. “En Argentina sigue habiendo mucha confusión y mucha paranoia en torno a este caso. Aportar conclusiones claras creo que es un cometido de la no ficción, aunque no sean certezas”.
Acercarse a la verdad es una idea que mantiene como principio fundamental en su obra, y es así como concibe la no ficción. Para él, hacer documental es una manera de ir descubriendo esa verdad “del mismo modo que de un bloque de mármol en bruto se puede extraer una escultura”. Pero incide en el valor particular de la no ficción: “Aunque también la ficción debe buscar la verdad, y puede ser muy esclarecedora, son disciplinas muy diferentes, con reglas distintas, aunque el cometido deba ser el mismo. Estamos rodeados de ficción de segunda, tercera o cuarta categoría, no sólo en las películas o las series, también en la publicidad o las redes sociales. La forma de entender el mundo ha cambiado radicalmente, y en muchos casos esto tiene resultados tóxicos. Creo que la auténtica originalidad ahora se puede descubrir precisamente en el documental”.
Pero quiere matizar que, en su caso, se trata de “no ficción narrativa”, que en última instancia pueda sentirse como ficción, contando una historia, con sus buenos personajes y su dimensión dramática. “Hay muchas maneras de hacer documental. A mí la que no me interesa es la de tesis, la que toma la verdad como un informe inamovible sobre el que hacer un ensayo adoctrinador. Yo no quiero eso. En esta película no hay voz en off que dirija al espectador, todo está construido en base a grabaciones reales que hacen progresar dramáticamente la historia para, repito, ir acercándose a la verdad”.
En este sentido, el formato de serie se ajusta muy bien a sus intereses. También es un modo para llegar más fácil a la audiencia gracias a las plataformas digitales. Webster se niega a aceptar la consideración tradicional del documental como algo minoritario; él quiere llegar al público. “Creo mucho en las posibilidades civilizadoras de las buenas series de no ficción en estos tiempos de Twitter”.
Gonzalo García Chasco