Una madre llama a su hija, pero ella no tiene tiempo para hablar. Este es el germen de partida de la película que Celia Rico Clavellino estrena hoy en el Zinemaldia: “A partir de esa idea de relación telefónica y distancia indagué en cuál era el origen de su vínculo y cómo se transformaba con el transcurso del tiempo”. Explica Celia que ella perseguía una historia que le permitiera cruzar la frontera entre el espacio privado y el público en esta película planteada, además, como un díptico que nos ofrece primero la mirada de la hija, para completarla después con la de la madre. Está escrita –eso sí– desde su visión de hija: “El cine te permite colocarte en lugares imaginarios en principio inaccesibles. Yo me acerco a la mirada de la madre desde la curiosidad de quien se asoma a la puerta de la habitación de esa madre y se pregunta quién hay detrás de ella, quién es la mujer detrás de la madre”.
Celia reside desde hace años en Barcelona, pero quiso situar la acción en el pueblecito sevillano donde creció: “Parto de ese espacio porque el imaginario en la película es un universo muy particular, compuesto por muchos elementos que tienen que ver con la relación que yo tengo con mi madre, como la máquina de coser o cosas tan concretas como una mesa camilla, algo tan típicamente andaluz y que para mí evoca la idea de estar al abrigo, en una zona cálida; un lugar del que es difícil salir porque te atrapa y te invita a dormir siestas infinitas, por ejemplo. Este objeto formó parte de mi infancia y mi adolescencia y está muy vinculado con la idea que yo tengo de la maternidad”.
Viaje al cuarto de una madre contiene también un juego de contradicciones entre las zonas cálidas y las frías y opta por reflejar la doble dimensión de la vida de pueblo sin filmar los espacios, mostrada desde la intimidad de la casa de ellas: “Por un lado no tienes privacidad y todo el mundo te conoce, razón que lleva a Leonor a querer irse fuera; pero al mismo tiempo es un microcosmos mucho más abierto con una comunidad que te cuida y te puede ayudar a salir adelante en situaciones complicadas, como la de Estrella”.
Aunque el personaje de Lola Dueñas no está inspirado en su madre, Celia necesitaba que las actrices pudieran convivir con ella: “De manera muy intuitiva yo siempre quise que visitasen la casa. Las primeras lecturas de guion eran alrededor de la mesa de mi familia”. Este impulso derivó en algo muy bonito, cuando se fusionó ficción y vida real: “Combinar el equipo técnico con mi familia hizo que algunos procesos fueran más artesanales en el sentido de que, por ejemplo, mi madre enseñaba a coser a Lola e iban practicando con elementos que luego formaron parte del attrezzo, como los cojines, o las cortinas”.
La propuesta formal está muy trabajada desde la escritura del guion. La cámara capta la coreografía de movimientos de los personajes desde un punto muy estudiado por la directora: “Podemos volver a ver lo mismo desde la misma perspectiva, pero hay una ligera variación en los personajes que lo cambia todo. Cuando planifico los planos, lo hago pensando cuál sería el sitio desde el que yo miraría lo que está sucediendo, y ese es el único lugar lógico en el que situar la cámara”. En lo que se refiere al equipo artístico, contar con dos actrices de la talla de Lola Dueñas y Anna Castillo para su ópera prima fue todo un reto inicial pero Celia tenía muy claro que trabajar con actores no profesionales no era el camino: “Cuando escribo soy muy precisa detallando gestos, miradas y detalles muy sutiles, difíciles de conseguir sin actrices profesionales. Persigo gestos muy pequeños para trabajar ese minimalismo. Quería actrices que pudieran interiorizar una serie de emociones, contenerlas y que fueran capaces de permitir que en superficie aflorara un porcentaje muy pequeñito”.
Celia ha confiado en Fernando Franco (Morir, La herida) para el montaje de esta película que se estrena en salas el próximo 5 de octubre.
Amaiur Armesto