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Yuli, el nuevo trabajo de Iciar Bollaín,es una película biográfica, pero no es un biopic convencional. En primer lugar, porque su protagonista se interpreta a sí mismo en el momento actual, y es él quien, a través de unos recuerdos que no se oculta que son subjetivos, acude a algunos de los pasajes más significativos de su vida. Y también porque la plasmación de esa vida no se realiza exclusivamente a modo de flashbacks, sino que encuentra a si mismo su plasmación end istintas coreografías de ballet. Nada con mayor sentido, porque se trata de un bailarín, uno de los más brillantes de su generación: el cubano Carlos Acosta, apodado, precisamente, Yuli.
Carlos Acosta forjó su prestigio en el Royal Ballet de Londres y rompió moldes al convertirse en el primer bailarín que llegaría a interpretar a Romeo. Sin embargo, él nunca tuvo vocación para el ballet; él quería, como la mayoría de sus amigos,ser futbolista, y si tenía que bailar, él quería ser Michael Jackson. Pero su talento innato, y un padre que le obligó, le llevaron por un camino diferente, no sin dejar profundas heridas.
En la rueda de prensa de ayer, Acosta explicó que la escritura de esta biografía la realizó él mismo hace años como terapia para enfrentarse a su pasado, especialmente a esa conflictiva relación que mantuvo con su padre, quien en última instancia, y según las propias palabras del bailarín, “fue la estrella de mi vida, el responsable de que sea lo que soy”. Él nunca pensó que sería una película, pero la productora Andrea Calderwood vio el potencial,y le transmitió la idea al guionista Paul Laverty, quien asumió un proyecto con el que volvería a trabajar con Iciar Bollaín tras la cámara. Acosta admite que trasladar su vida a la pantalla significó un proceso que volvería a abrir heridas, pero también quiso reconocer las facilidades y la sensibilidad qu ele aportaron Bollaín y Laverty. “Para mí fue de lo más enriquecedor, pero también traumático”, admitió.
Una historia biográfica enmarcada en el mundo del ballet podría parecer algo ajeno al universo habitual de Bollaín y Laverty, pero este biopic no convencional funciona a distintos niveles, y no se trata meramente de un repaso a la vida de una persona:Yuli se convierte también en una mirada a la historia de Cuba. El caso de Carlos Acosta no es el de alguien que tuviera un sueño y luchó por alcanzarl opor todos los medios, sin oel de alguien que tuvo grandes oportunidadesgracias a su talento y a su trabajo, pero que siempre deseó volvera su origen, a aquello que perdió de niño. Por eso, tanto la dimensión familiar como la de su país (Acosta desciende de esclavos negros, como el 65% de la población en Cuba) adquieren especial importancia. “Cuba siempre va a estar conmigo allí donde esté”, quiso subrayar Acosta.
Las coreografías de María Rovira,la música de Alberto Iglesias, o la “incorporación del baile a la narrativa” (en palabras de Laverty) terminana portando una muy sugerente dimensión estética y emocional a una película en la que, tal y como dijo el actor Keyvin Martínez, que interpretaa Yuli de joven, “cada coreografía,cada escena, fueron todo corazón”.
Gonzalo García Chasco