El Festival de San Sebastián encara este año un nuevo aniversario (65 años han transcurrido desde su primera edición), pero no es su intención caer en la nostalgia ni refugiarse en el pasado. Muy al contrario, aunque no se olvide nunca el rico legado del pasado, esta nueva edición tiene su mirada bien puesta en el presente. La selección de títulos que compone la programación de un festival de cine es, en acertadas palabras de Thierry Frémaux, delegado general del Festival de Cannes, en su libro Selection Officielle: Journal, “un viaje, una fotografía instantánea del estado del cine que debe ser mostrada sin filtro a quienes evaluarán su calidad”. Ese retrato de las experiencias cinematográficas actuales está bien perfilado en el conjunto de nombres que componen la Sección Oficial de esta edición, tan dispar en estilos y temas como coherente a la hora de proponer esa radiografía del mundo y la condición humana, esa resistencia al pensamiento único que debe ser el último objetivo de todo buen cine.
Una serie de cineastas de ya sólida trayectoria se dan cita este año en San Sebastián: Barbara Albert, Urszula Antoniak, Alexandros Avranas, Anahí Berneri, Albert Dupontel, Emmanuel Finkiel, James Franco, Yves Hinant y Jean Libon, Diego Lerman, Manuel Martín Cuenca, Antonio Méndez Esparza, Olivier Nakache y Eric Toledano, Constantin Popescu, Matt Porterfield, Alberto Rodríguez, Björn Runge, Robert Schwentke, Nobuhiro Suwa y Wim Wenders. Supone también el regreso de directores que presentan sus nuevas obras y cuya carrera ha estado muy vinculada al Festival de San Sebastián, como Aitor Arregi y Jon Garaño o Fernando Franco, o la puesta de largo de nuevas promesas que presentarán sus óperas primas, como Ivana Mladenovic o Sergio G. Sánchez. Tal es la riqueza del panorama del cine actual, que en ese mosaico hay también sitio para el cine de no ficción de Jean Michel Cousteau y Jean-Jacques Mantello o para el trabajo de dos artistas de anime, Akiyuki Shinbo y Nobuyuki Takeuchi.
Mirar al futuro con los pies bien puestos en el presente ha sido siempre el objetivo del Festival de San Sebastián también en sus restantes secciones. En Horizontes Latinos se le toma el pulso al cine latinoamericano del año para descubrir que goza de envidiable salud, mientras que Zabaltegi-Tabakalera, con su sorprendente muestrario de largometrajes, cortos, series de televisión y trabajos experimentales establece un diálogo entre heterodoxos veteranos de la práctica cinematográfica y las nuevas promesas que buscan caminos poco transitados. ¿Y qué mejor apuesta de futuro que los títulos que componen la programación de Nuev@s Director@s, un catálogo de primeras y segundas obras que suponen excelentes cartas de presentación?
La labor de un festival de cine debe siempre ir más allá de esa intensa cita cinematográfica que tiene lugar durante una semana, debe ser un campo de pruebas y experimentación que permanezca activo durante todo el año y sea soporte de la creación cinematográfica local e internacional. Es por ello que el Festival ha puesto en marcha iniciativas como el programa Ikusmira Berriak para el desarrollo de proyectos audiovisuales que apuesten por la innovación y la experimentación a través de una residencia para creadores y ayudas para producción y postproducción; o su activa colaboración en la puesta en marcha de la nueva Escuela de Cine Elías Querejeta, una iniciativa liderada por la Diputación Foral de Gipuzkoa y en la que camina de la mano de la Filmoteca Vasca y Tabakalera-Centro Internacional de Cultura Contemporánea.
El apoyo del Festival a la producción cinematográfica también se materializa en los proyectos en desarrollo presentados en el Foro de Coproducción Europa-América Latina o su programa de Cine en Construcción (en su trigésimo segunda edición), que tiene como objetivo ayudar a películas latinoamericanas en fase de postproducción. Por otra parte, en esta edición inicia su andadura el nuevo programa Glocal in Progress, cuya finalidad es promover la producción de películas europeas rodadas en lenguas no hegemónicas y permitir así que el cine pueda convertirse en herramienta de difusión de la diversidad lingüística y cultural. Ese debería ser el objetivo del cine actual y de festivales como este que tratan de hacerlo visible: encontrar todo aquello que nos une gracias, precisamente, a la diferencia.