Ganador del Festival de Venecia en 2013 con su anterior largometraje, Sacro GRA, Gianfranco Rosi ha vuelto a saborear las mieles del éxito este año tras hacerse con el Oso de Oro en la Berlinale gracias a Fuocoammare. Esta película que, se presenta en Perlas, narra la tragedia de los inmigrantes que llegan en oleadas a las costas de Lampedusa, pero lo hace de manera indirecta. En lugar de mostrar los estragos de la tragedia, Rosi opta por acercarse al alma de los habitantes de la isla.
¿Por qué eligió este enfoque?
Porque Lampedusa lleva veinte años saliendo en los medios de comunicación como escenario de la tragedia que viven miles y miles de inmigrantes, pero nadie ha contado Lampedusa. Yo estuve un año y medio allí buscando personajes que me ayudaran a aproximarme a la realidad de la isla y en ese período conocí a Samuele, un niño con la cabeza de un adulto. Seguirle en su día a día me llevaba a otra Lampedusa y, al mismo tiempo, me permitía construir un relato de iniciación muy interesante como alegoría de la búsqueda que llevan a cabo todas esas personas que a diario cruzan el Mediterráneo.
Llama la atención que, en su película, los habitantes de la isla y los inmigrantes nunca terminan de encontrarse.
Hasta hace cinco años los barcos que partían de Libia atracaban directamente en Lampedusa, los controles fronterizos eran distintos y los habitantes de la isla tenían posibilidad de interactuar con aquellos que llegaban. Ahora las fronteras se han llevado mar adentro y las labores de salvamento consisten en sacarles de sus barcazas y transferirles a otros barcos que les reparten por Lampedusa, Sicilia y por la Italia continental. Esta política migratoria lo que ha propiciado es una segregación y ahí está el germen de la tragedia porque eso va en contra de la idea de Europa como tierra de acogida. Hoy en día, el Mediterráneo se ha convertido en una gran tumba.
En el retrato íntimo que hace de los habitantes de la isla, los vínculos de solidaridad que éstos demuestran con los inmigrantes están muy alejados de esas posiciones xenófobas que parecen ser moneda común en la Europa de hoy.
Yo en Lampedusa no he visto a nadie tirando piedras a los inmigrantes, su furia se la reservan para con los medios de comunicación, los periodistas sí que son mal recibidos por cómo han estigmatizado la realidad de la isla durante todos estos años. Una vez le pregunté al médico que sale en la película sobre esto y me dijo: “Nosotros somos un pueblo de pescadores y como tal aceptamos todo aquello que venga del mar”. Me pareció una frase bellísima que define esos vínculos de solidaridad.
Ese componente emotivo que guía su mirada hace que Fuocoammare, en muchos momentos, esté más cerca del relato de ficción que del documental al uso.
Es que el documental admite una gran variedad de registros, es un formato que te permite experimentar en la búsqueda de un lenguaje novedoso. Yo, por ejemplo, no me conformo con llevar a cabo una simple observación de la realidad sino que me gusta moverme en unos márgenes de representación más amplios. Estoy más cerca de lo poético que de lo ensayístico. No me interesa únicamente defender mi punto de vista sino dejarle espacio al espectador para que tenga el suyo.
La película ha tenido un gran recorrido desde que fue presentada en Berlín.
Sí, incluso la hemos proyectado en Naciones Unidas o en el Parlamento Europeo. Me consta que fue vista y debatida por personalidades importantes del ámbito político, pero al día siguiente de verla ya estaban pactando un sistema de cuotas de acogida con un dictador como Erdogan. Me preocupa que mi película sea, para algunos, únicamente una herramienta para limpiar sus conciencias.
¿Qué solución ve entonces al conflicto de los refugiados?
Una solución política. Pero hacer política no tiene nada que ver con levantar muros. Eso en una sociedad global es algo absurdo. Como dijo el otro día Obama: Aquellos que construyen un muro lo que están haciendo es erigir una prisión donde encerrarse a sí mismos.
JAIME IGLESIAS