"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
El genocidio camboyano de los Jemeres Rojos pasará a la historia como el más ignorado de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante el siglo XX. Si bien su origen puede entenderse como una consecuencia de la guerra de Vietnam, fue precisamente la humillante derrota sufrida por Estados Unidos en ese país asiático lo que propició la inacción de la comunidad internacional. En aquella ocasión, la cobertura mediática del horror de la guerra vietnamita –la primera contienda televisada–, sensibilizó a la ciudadanía y contribuyó a su final, pero en el caso camboyano su invisibilidad evitó que la descomunal masacre fuese interrumpida. Solo así se entiende la desorbitada cifra de la aniquilación, que ronda los dos millones de civiles jemeres ejecutados, es decir, más de un cuarto de la población ejecutada por miembros de su propia etnia.
En ese bochornoso olvido es donde el documental de Panh se convierte en imprescindible. La película se centra en los terribles hechos vividos en una antigua escuela de Phonm Pehn, convertida en el centro de detención S-21 de los Jemeres Rojos. En este centro, que hoy constituye el Museo del Genocidio, más de 17.000 civiles fueron torturados y asesinados, bajo las acusaciones más peregrinas y paranoicas. Los dos únicos supervivientes de aquella barbarie volverán a visitar el lugar treinta años después, junto a sus verdugos, para enfrentarse al horror vivido entre aquellas paredes, y sobre todo, al dolor de la desmemoria.
Sin recurrir a imágenes de archivo, Panh recoge los testimonios desnudos de sus protagonistas, la narración en primera persona de actos de una abyección inimaginable, articulados con sorprendente naturalidad y honestidad. La omisión deliberada de documentos gráficos no se debe a su inexistencia, sino a la pertinente decisión de su director, que utiliza el mismo mecanismo de la inolvidable Shoah de Claude Lanzman. En este caso, el documental alcanza cotas superiores de estupor, pues los explícitos testimonios de los irredentos verdugos constituyen una mirada inédita de incalculable valor. ¿Alguien imagina una reunión de supervivientes judíos con sus ejecutores nazis en un campo de concentración para narrar su cotidianidad? La anestesiada vida civil camboyana lo permite.
Este imborrable documento cumple así una de las funciones más nobles del género: recuperar la memoria, para evitar que ésta se repita. Ante el olvido de las instituciones y la ausencia total de justicia universal, el documental coloca una primera piedra para la construcción de un relato y el reconocimiento del dolor de las víctimas.
ANGEL ALDARONDO