"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
“Caballeros, les presento el sagrado matrimonio estilo moderno: vidas separadas, camas mellizas y antidepresivos por la mañana”. La frase, con la carga de profundidad del “abróchense los cinturones” de Eva al desnudo, la pronuncia Joan (Sylvia Sidney) en Merrily We Go to Hell (Tuya para siempre, 1932) decidida a atacar de frente y con todas las consecuencias el camino al desastre que lleva su marido. La que puede considerarse la mejor película de Dorothy Arzner contiene al mismo tiempo la gracia y elegancia de la comedia sofisticada de los años treinta y el dolor de las historias de amor sublime corroído por agentes externos.
La mujer, esa Sylvia Sidney de rostro dulce y frágil, pero cargada de determinación y entrega, trata de salvar su amor, más que su matrimonio. Su marido, un Fredric March alcohólico y aficionado a las fiestas non-stop que podría ser un antecedente del William Powell de The Thin Man (La cena de los acusados, W. S. Van Dyke, 1934) si las consecuencias no estuvieran más cerca del Ray Milland de The Lost Weekend (Días sin huella, Billy Wilder, 1945), aspira a ser un escritor de éxito pero recae en la borrachera continua cuando reaparece en su vida un viejo amor no olvidado. Joan cede a una situación que solo se podía ver en películas anteriores a la implantación del código Hays en 1934: se suma a la borrachera y admite que su marido exhiba a su amante ante ella. También Joan se busca acompañante, que resulta ser un Cary Grant en su tercer papel en el cine. Arzner muestra en Merrily We Go To Hell elegancia y perspicacia en el manejo de la cámara para acompañar cadenciosamente a los personajes, estableciendo diálogos de gran tensión dramática. El título original, que viene a decir “Alegremente nos vamos al infierno”, es el brindis favorito de Jerry.
Nana (La dama del boulevard, 1934) es una adaptación suntuosa y eficaz de la novela de Émile Zola, protagonizada por Anna Sten, en la que Arzner se encuentra cómoda dotando de personalidad, fuerza y seducción al personaje de la muchacha pobre que accede a la alta sociedad triunfando como seductora cantante. Aquí se reúnen unos cuantos talentos en sus albores: el director de fotografía Gregg Toland, siete años antes de revolucionar el cine con Citizen Kane (Ciudadano Kane, 1941); los autores Richard Rodgers y Lorenz Hart, luego pilares del musical americano; y Fred Zinnemann, que aparece como ayudante de diseño de vestuario tres décadas antes de dirigir High Noon (Solo ante el peligro, 1952).
Como otros filmes previos de Arzner, Working Girls (1931) incide en los intrincados caminos que a veces llevan a encontrar el verdadero amor. Pero es también interesante por el retrato de la clase trabajadora en el Nueva York posterior a la Gran Depresión, a través de dos hermanas, una mecanógrafa, la otra telegrafista. Ricardo Aldarondo