No es nuevo en San Sebastián: Javier Martín (Valladolid, 1970) es un asiduo del Zinemaldia, donde además de coordinar las Escuelas de Cine de 2005 a 2007 ha acudido por afición en numerosas ocasiones. Su trayectoria profesional está vinculada al cine desde 1995, y se ha desarrollado fundamentalmente en Francia, en la distribución,
la producción y la programación cinematográfica, concretamente en el Fórum des Images del Ayuntamiento de París. Martín está vinculado también a los festivales de cine más prestigiosos, como la SEMINCI de Valladolid o el Festival de Cannes, donde ha participado desde 2006 hasta este año en la Quincena de Realizadores, formando parte de su Comité de Selección.
¿Qué tiene el cine latinoamericano actual para que se hable de un momento espléndido?
Yo creo que lo fundamental es que el sistema de producción latinoamericano se ha adaptado muy bien a los nuevos tiempos y a las restricciones económicas; ha sido mucho más reactivo que el español o el europeo y ha sabido pronto cómo había que hacer para estar presente en los mercados internacionales, para la distribución, para conseguir financiación. Los cineastas latinoamericanos no han esperado a que viniesen ayudas, sino que se han lanzado a hacer sus películas, y su presencia en todos los festivales es el resultado de una postura: quiero hacer mi película y la voy a hacer, y no como un artesano para mí, sino con la visión industrial de que tiene que llegar al público, y para eso tengo que entrar en el mercado.
¿El caso mexicano podría ser uno de los más destacados?
Sin duda, porque es un país apasionante, con una gran tradición de cine, pero que ha vivido una crisis muy fuerte, cuando la producción cayó a niveles dramáticos, y ahora de repente está saliendo muchísima gente, una nueva generación de cineastas muy jóvenes, muy cinéfilos, que se conocen, trabajan juntos, escriben, producen... y cada uno con propuestas distintas. Representan muy bien el nuevo modo de hacer cine de toda Latinoamérica, con nuevas tecnologías, y con poco presupuesto, pero son producciones con muy buena factura. Lo mismo pasa en Argentina y Brasil, que en cinematografías más pequeñas como Colombia, Ecuador o Chile. No hay dinero pero sí hay pasión,
y ese es el motor: los nuevos directores son tan productores como guionistas y se involucran desde el principio en la búsqueda de financiación porque, con una actitud muy pragmática, saben que es el único modo posible: ayudas, fondos europeos, residencias de escritura, todo lo que haga falta.
¿Qué opina de las trece películas que compiten este año por el premio Horizontes?
A priori tengo la mejor opinión, porque todas vienen precedidas de un ruido interesante: porque han estado en festivales, porque sus directores son interesantes o porque traen lo más nuevo de cinematografías muy pujantes. Para mí es un placer poder disfrutarlas
como jurado pero sobre todo como espectador.
¿Cuáles son sus criterios para conceder un 0 o un 10 a una película?
Clarísimamente, la sorpresa. A mí me gusta todo tipo de cine y soy buen espectador, pero lo que espero es que el director consiga transmitirte una emoción, o te haga reconocerte en los personajes, o porque ha conseguido ese momento de magia que hace que lleves mucho tiempo la peli en la cabeza. Lo primero es esa capacidad de emocionar y de contarte la historia sin engañarte, de una manera honesta. Y si además puede haber una propuesta cinematográfica arriesgada, algo que haga avanzar el lenguaje cinematográfico, pues eso todavía se aprecia más. Pero el resumen es si la película te ha gustado o no.
¿Es optimista con respecto al futuro del cine?
La situación es muy distinta en unos países u otros. Lo veo muy bien para los países que se han adaptado, como los de Latinoamérica, o para Francia, donde gracias a la legislación tienen mucho margen para situaciones de crisis. Para España, muy mal, y si no hay un apoyo público, el cine como otros sectores de la cultura, lo va a pasar muy mal.
PILI YOLDI