"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Resulta curioso que en el momento de su estreno algunos aficionados identificaran Gonin como una película de Takeshi Kitano, posiblemente por culpa de una publicidad engañosa. De hecho, muchos de sus fans se sintieron defraudados ya que el filme se insertaba por unos caminos radicalmente diferentes a los transitados por Kitano dentro de su trayectoria particular. Por eso, quizás ahora sea un buen momento para reivindicar en su justa medida un filme que es sin duda capital para entender la evolución por la que ha atravesado el cine noir a partir de los años noventa y de paso recuperar a su director, Takashi Ishii y situarlo en la órbita de los grandes renovadores del thriller japonés.
Gonin se articula alrededor de tres actos fundamentales a través de los que se desarrolla la acción: 1) presentación de personajes que corresponde a la fase de reclutamiento de hombres para asestar un golpe a la yakuza; 2) el atraco, convertido en nudo cordial de la trama; 3) la vendetta mafiosa por medio de dos sicarios que poco a poco van eliminando a los miembros del comando.
Pero, además de este perfecto armazón argumental sobre el que se asienta su estructura narrativa, Gonin dibuja un paisaje de decadencia existencial incardinado al trasfondo social de crisis económica que atravesó Japón durante el pasado decenio. Por eso, los cinco personajes que se unen para atracar a los miembros de la yakuza pertenecen a una serie de estratos marginales que van a parar a los desagües de una sociedad que no sabe qué hacer con ellos. Homosexuales, parados, despedidos y proxenetas. Desheredados sin futuro que vagan por los ambientes más decadentes de una ciudad que en el filme parece estar dominada por los bajos fondos. Takashi Ishii traslada su particular imaginería visual a esta historia de amor, traición y venganza masculina envolviéndola en una textura cromática casi de naturaleza onírica y otorgándole una enorme fuerza expresionista al borde de lo irreal potenciada por un juego de luces y filtros y por el omnipresente componente pluvial. A través de una puesta en escena de alta precisión (que incluye algunos estupendos planos secuencia y decisiones de composición escénica muy arriesgadas) nos adentramos en un viaje sin retorno teñido de claustrofóbica desesperanza y de trágico romanticismo en el que la violencia nos acompañará hasta la última parada.
Beatriz MARTÍNEZ