Tras un debut que cautivó la atención internacional, We Are All Going To The World’s Fair, le directore estadounidense Jane Schoenbrun realizó I saw the TV glow, estrenado el pasado invierno en los festivales de Sundance y Berlín y parte de la sección Zabaltegi-Tabakalera. En el film, las imágenes de una ficticia serie de televisión, que retoma elementos de series populares de los años 90, funcionan como ramas de una poderosa alegoría, en la que dos personajes buscan refugio de una realidad opresiva a través de la ficción y sus artificios. Una inspiradora perspectiva sobre el film viene directamente de su directore.
La película está construida como una alegoría del despertar de la identidad trans. Ya en su primer largometraje trabajaba con metáforas…
La búsqueda de las metáforas no es un proceso necesariamente consciente, más bien viene de algo profundo, interno. Cuando empecé a trabajar en mi primera película, We’re All Going to the World’s Fair, aún estaba reprimide y no entendía mi identidad trans. Lo rodé pretendiendo ser honeste a la verdad interior de un sentimiento que aún no entendía bien. Creo que el arte debería tratar de encontrar el lenguaje para lo que aún no lo tiene, explorar el misterio en lugar de explicar las cosas. Durante el desarrollo de I Saw The TV Glow estaba en las primeras fases de la transición, sabía lo que estaba viviendo. Aún así, seguía buscando un lenguaje, cinematográfico, narrativo, estético y emocional para expresar lo que sentía más que para explicar mi identidad.
La serie de televisión The Pink Opaque representa para les protagonistas el escape de una realidad opresiva y reinterpreta en clave queer elementos típicos de las series sobrenaturales de los años 90. ¿Cómo ha construido ese universo?
No crecí con el cine, sino con la cultura pop y mainstream, programas como Buffy, cazavampiros, dentro del cual empecé a encontrar cosas que me hablaban y resonaban. Muches experimentamos la búsqueda, en obras de ficción, de señales ocultas a través de las que nos conectamos con nosotres mismes y nuestra identidad. Es lo que Eve Sedwick expresa muy bien cuando habla de la posibilidad de encontrar, en la literatura clásica, rastros de queerness. A mí me pasó con Buffy. Me encantaba esa serie, porque sentía en ella algo cálido, acogedor y mágico. Es en este sentido que les protagonistas de I Saw The TV Glow buscan en la pantalla lo que no encuentran en su vida real.
Me gustaría que hablara de la dimensión del tiempo en la película. Me parece que se estructura alrededor de la experiencia queer.
Sí. La película, que atraviesa tres o cuatro décadas de una forma cada vez más surrealista, contiene una reflexión sobre las formas en que el tiempo puede acelerarse si se experimenta desde un lugar de represión e irrealidad. Se trata de la sensación de que el tiempo se escapa, de que los años pasan como segundos, porque vives en un cuerpo, en una vida y en una realidad que no se parece a lo que todo el mundo dice que son. Intentaba utilizar las herramientas del cine para expresarlo.
La película está construida como un sueño, mejor dicho, una pesadilla, que recuerda el cine de Lynch, y juega con los códigos del cine de horror de forma sútil. ¿Cómo ha trabajado en ello?
Lynch siempre está ahí. Me fascina su capacidad de llevarnos a estados de ensueño y espacios oníricos utilizando las herramientas del cine de género. Intento hacer películas que se alejen de las estructuras del cine comercial y representen algo personal y abierto. Creo que el cine de género es un terreno fértil porque facilita el acceso en territorios que son más difuminados de lo que consideramos ‘realismo’. Sin embargo, no me interesan las películas de terror con un subtexto social. No quiero hacer – por ejemplo– una película donde el monstruo es la opresión o la disforia de género, me parece demasiado simple, una herramienta comercial que oscurece la complejidad. El cine es un medio que permite mucha ambigüedad.
También la mirada tiene un valor importante en la película. Parece que todo suceda ahí, en los ojos de quien mira.
Creo que el rostro humano es y siempre será la pieza central del cine. Recuerdo, cuando trabajaba en mi primer film, pensar mucho en La Passion de Jeanne d’Arc de Dreyer. Una película magnífica donde casi todo lo que vemos es alguien que mira.
Una de las cosas que descubrí muy temprano en el proceso de trabajo de mi ópera prima y que se convirtió en una obsesión fue entender esta metáfora central del hecho de mirar, observar lo que sucede en la pantalla frente a tí y la forma en que la identidad puede volverse difusa en esa interacción. Me enamoré de la idea de la pantalla como una estética versátil y una forma de hablar de la identidad y abordar la transición desde una perspectiva no banal. Nociones como la transición de género, que tienen un principio y un final concretos, no son resonantes para mí. Sin duda mi transición física es algo concreto, pero creo que la transición hacia una identidad se renueva infinitamente. Es algo complejo y dura el tiempo de una vida.
Matteo Giampetruzzi