"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Ambientada en Nápoles, a finales del siglo XIX, Processo alla città (1952) es una película ciertamente descorazonadora: por miedo a no procesar a la ciudad, a toda la ciudad, un inocente es víctima de la ausencia de justicia. La acción arranca cuando unos niños encuentran en la playa el cadáver de un hombre. Poco después, la policía descubre en otro lugar el cuerpo sin vida de su esposa. El caso Ruotolo parece que no podrá resolverse, de intrincado que es, pero Antonio Spiccaci, un juez de gran intuición e iniciativa rápida, acostumbrado a resolver los casos más difíciles, se pone frente a la investigación. El espectador descubre a la vez que lo hace el juez –encarnado por el sobrio Amedeo Nazzari, aquí físicamente parecido a un Errol Flynn maduro y canoso– que el hombre asesinado pertenecía a una poderosa organización criminal. Por supuesto, dicha organización extiende su tela de araña por toda la ciudad, de ahí el título del film: es mejor buscar chivos expiatorios que procesar a una ciudad entera. Las altas instancias del poder presionan para que Spiccaci abandone el caso. Este no es un relato de héroes y villanos a la clásica usanza, de modo que el juez no se imbuye de heroísmo alguno. Simplemente hace lo que le dicta su conciencia e impone la cordura en un mundo corrupto, aunque salir indemne apostando por sus ideas no le va a resultar fácil.
En la película se habla explícitamente de la Camorra, la obsesión del juez. En una secuencia de concepto muy original, Spiccaci reconstruye en un restaurante cerca de la playa lo que ocurrió el 5 de enero, fecha del asesinato de Ruotolo, reuniendo a todos los implicados. Intenta que el escenario en el que estuvieron aquella noche pese sobre ellos como una losa. Esta secuencia substituye a lo que en otros filmes de investigación judicial acostumbra a presentarse en un tribunal con jueces, jurados, abogados, fiscales y testigos; o a las largas y didácticas explicaciones con las que el Hercules Poirot de Agatha Christie cierra sus casos delante de todos los sospechosos de un crimen. Spiccaci obliga incluso a una de las mujeres citadas a interpretar la canción que cantó aquella noche. Es una balada triste y bella, como lo son las imágenes de la película, entre el humanismo y el miserabilismo. “¿No va a pagar el culpable de esto y que mancha el honor de la sociedad?” dice un pasaje de la canción sobre el honor y la traición, sobre la ley de los hombres de honor. El juez le grita a la mujer que está canción es una acusación musicada, de forma que la letra de la balada se integra de manera formidable en el devenir de los siguientes acontecimientos. En algunos aspectos, esta larga secuencia recuerda un poco a la parte final de M de Fritz Lang, pero no digamos más.
El todoterreno Luigi Zampa, que acabaría su carrera en los años setenta rodando comedias sobre la inmigración de título imposible (Bello, honesto, emigrado a Australia quiere casarse con chica intocada) o películas más o menos eróticas de episodios (Camas calientes, con Sylvia Kristel, Ursula Andress, Laura Antonelli y Monica Vitti), le confiere a Processo alla città una pátina cruda casi de cine negro, o pre-cine criminal, pese a su ambientación a finales del XIX. Las imágenes en las calles y casa de los barrios más desfavorecidos de Nápoles entroncan aún con el neorrealismo, pero su itinerario dramático es más propio de un film de denuncia no solo contra las organizaciones criminales, sino, sobre todo, contra el sistema social y político que permite su funcionamiento e impunidad.