En I’m Not There, Todd Haynes planteó una película en la que distintos actores encarnaban a Bob Dylan. La idea entonaba perfectamente con la obra de un artista poliédrico, cuyas canciones han sido siempre mutantes, hasta el punto de que en sus directos sus canciones fuesen difíciles de reconocer. Haynes hacía así una obra que captaba la esencia de un artista y de su obra. Entre los intérpretes de aquella película estaba Cate Blanchett, quien más adelante se convertiría en Carol en la adaptación que Haynes hizo de la novela de Patricia Highsmith. En I’m Not There, Blanchett pone su cuerpo para retratar el polémico paso de Dylan por el festival de Newport, donde fue abucheado por electrificar la música folk con su guitarra. Blanchett transmutaba así en un hombre subversivo, en el momento justo en que decide que su música mude de piel.
La cuestión de mutación no solo atraviesa I’m Not There, sino las maneras de una actriz sin la cual no se explica el cine contemporáneo. No deja de ser sintomático que dos de las actrices más importantes de los últimos años sean Tilda Swinton y la misma Blanchett. Al menos en cinco ocasiones, Swinton ha encarnado diversos personajes en una misma película (en Teknolust, en Okja, en Suspiria, en The Eternal Daughter e incluso en la reciente La habitación de al lado de Almodóvar, que se presenta en San Sebastián), lo que evidencia su tendencia a trabajar desde la mutación y la performatividad (también del género, en el sentido más amplio del término, y en la línea de su querido David Bowie). No en vano, ella fue Orlando en la película de Sally Potter. Y el planteamiento de I’m Not There tiene precisamente mucho que ver con el de otro Orlando: la biografía política de Paul B. Preciado. Las dos películas son ejemplo de lo que podríamos llamar un cine trans: películas que no solo enarbolan un discurso que cuestiona las fronteras del género, sino que plantean directamente una propuesta narrativa o formal mutante, que transiciona.
Blanchett, a su manera, también se maneja desde la performatividad. En TÁR interpreta a una directora de la filarmónica de Berlín, profesional de éxito aplastante, profesora, madre y lesbiana. Blanchett encarna a una mujer que se hace llamar maestro, que proclama su formación entre hombres y que ejerce la autoridad desde una posición eminentemente masculina. El personaje (maestro) le permitía a Blanchett dar rienda suelta a uno de los centros gravitatorios de su cuerpo: las manos, grandes y expresivas.
El otro núcleo entorno al que pivota su presencia fílmica es quizá su voz. David Bowie dijo de la voz de Bob Dylan que era como “arena y pegamento”, la de Blanchett es profunda y grave. No es extraño que en los noventa, Stan ley Kubrick contara con ella para poner su voz a una de las mujeres enmascaradas que pululaba alrededor del desconcertado personaje interpretado por Tom Cruise en Eyes Wide Shut. Por aquel entonces, la actriz australiana estaba lejos de ser la estrella que es hoy: la actriz que trabaja codo con codo con el autor y que produce sus propias películas y series. Fue, por ejemplo, protagonista y productora de Mrs. America, la serie de HBO en la que interpreta a Phyllis Schlafly, política y activista republicana que en los setenta lideró un movimiento reaccionario en contra de la Enmienda de igualdad de los derechos y del feminismo en general. En Mrs. America tiene un breve papel Sarah Paulson, con quien Blanchett coincidió en Carol, quizá su película más importante, y la que resume la fuerza icónica de la actriz, un ideal tanto a los ojos de la joven Therese como del propio director, Todd Haynes. Entre Blanchett y Paulson se tejió una muy buena amistad, hasta tal punto que las entrevistas que han compartido se convierten en un espectáculo desternillante. Porque Blanchett, diva y mutante, pertenece a muchos terrenos, y uno de ellos es también el de la comedia.