"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
No suele mencionarse el nombre de Mario Soldati al evocar un cierto canon del cine italiano, ese que experimentó su mayor renovación en la más inmediata posguerra. Ahí están Rossellini o De Sica, Visconti o Fellini, incluso De Santis o el díscolo Antonioni para impedirlo. Y, sin embargo, ya desde 1938 Soldati venía realizando grandes filmes, desde las cumbres del prestigio literario hasta los valles de los géneros considerados 'menores'. Adaptó a Antonio Fogazzaro en Tiempos pasados (1941), Malombra (1942) o Daniele Cortis (1947), e hizo lo propio con Balzac con Eugenia Grandet (1946). Pero también se entregó en cuerpo y alma al cine de piratas, con Los tres corsarios (1952) o Yolanda, la hija del corsario negro (1953), y al de aventuras caballerescas, con Fray Diablo (1950) o El último Zorro (1952). En este sentido, Fuga en Francia (1948) puede considerarse un punto intermedio en esa démarche, una mezcla de tonos y registros ilustrada, por si fuera poco, con una cierta coloración política.
Pues Fuga in Francia tiene que ver tanto con el neorrealismo como con su superación, algo que, al mismo tiempo, ya estaban intentando en aquel momento Rossellini con Alemania, año cero (1948) o L’amore (1948) y Visconti con La terra trema (1948), por lo menos. Para empezar, tenemos una trama claramente adscrita a su tiempo, la reconstrucción tras la guerra, el momento en el que todos están buscando su lugar perdido, empezando aquí por un criminal de guerra fascista y acabando por unos cuantos personajes de extracción humilde, que lo acompañan involuntariamente en su fuga. En paralelo, no obstante, la película emprende un viaje al fondo de la oscuridad cuando nos obliga, como espectadores, a seguir a ese fugitivo infame, e incluso a identificarnos parcialmente con él, mediante un trabajo de puesta en escena esquinado y complejo. La ambigüedad moral procede de la forma. Y en ese camino Soldati se topa con Orson Welles, con Alfred Hitchcock, con Fritz Lang, cuyos coetáneos filmes antinazis parecen beber en las mismas fuentes que Fuga en Francia.
A Welles, en efecto, lo une la composición del personaje principal, interpretado con oblicua malicia por el gran Folco Lulli: un tirano despótico que puede resultar simpático, como así sucede en las primeras escenas, pero a la vez capaz de las mayores vilezas, un misterio andante que podría ser el primo hermano de Charles Foster Kane o Mr. Arkadin. Y la precisión de Soldati en la puesta en escena –que llevaron a la crítica de la época a enmarcarlo en un ignoto 'cine caligráfico' italiano, craso error– permite la confección de poderosas set pieces dotadas de un enigmático sentido del suspense, como sucede en las secuencias del hostal o del refugio en la frontera. ¿Cine político, entonces, o más bien un thriller moral que de paso habla del futuro de la Italia recién liberada? Todo ello y mucho más, Fuga en Francia podría resumirse en otro personaje, el del hijo pequeño del fascista, que se ve envuelto por casualidad en su insensata aventura: admirador de Jules Verne, acaba pareciéndose al niño de Los aventureros de Moonfleet (Lang, 1955), un pobre chico que cree haber encontrado a un padre en quien no merece serlo y, aun así, acaba madurando por el camino.
Carlos Losilla