"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Una curiosa inversión de roles en su reparto ofrece algunas pistas sobre el contenido y la graduación de Milano odia: la polizia non può sparare (1974), y es que esta vez Henry Silva, uno de los malos más característicos del policíaco italiano, no es el villano sino el agente de la ley y el orden. Imposible que Silva, paradigma del actor inexpresivo, encajase en el personaje protagonista de Giulio Sacci, un sociópata que en la mirada encendida y la sangre caliente del cubano Tomás Milian daría con una encarnación idónea y memorable.
Giulio Sacci podría ser un lobo de Wall Street; su talante desquiciado y emprendedor es el mismo, pero su circunstancia es otra y su delincuencia, de poca monta. Apestado incluso para el hampa por su temperamento volcánico y sus modales estrepitosos, Sacci tira por la calle de en medio y, desesperado en sus fracasos, secuestra a la hija de un rico empresario (interpretada por Anita Strindberg, musa del primer giallo), arrancando una desquiciada huida hacia adelante que dará lugar al policíaco italiano más truculento de la historia del subgénero. Tanto que para su estreno en salas estadounidenses fue promocionado como cine de terror. La maniobra era engañosa, pero no carecía de fundamento, ya que la película se fundaba en un guion de Ernesto Gastaldi, prolífico autor curtido en el gótico morboso y el giallo húmedo de realizadores como Riccardo Freda, Mario Bava, Sergio Martino o Luciano Ercoli, y cuyo talento para el espanto sería aquí usufructo de otro artesano de probada eficacia en todos los géneros populares –y eventuales– de la época, del spaghetti al slasher, pasando por el eurospy, el cine bélico o los caníbales: Umberto Lenzi.
Con un ojo puesto siempre en el público y en sus necesidades malsanas más inmediatas, Lenzi cuaja una escalada de violencia amoral hasta la inverosimilitud, una película irracional, imperfecta y oscura en su retrato de los condenados en la que, en recuerdo a los orígenes del subgénero en el thriller político, se permite otorgar al personaje de Sacci algunas razones de clase que puntúan la construcción anfetamínica que Tomás Milian apuntaló en el consumo de alcohol y estupefacientes varios durante el rodaje.
Pese al desenfreno general, y amparado en el motivo musical de un Morricone orquestado por Bruno Nicolai, Lenzi saca adelante un entretenidísimo western metropolitano muy dado al placer de los exteriores, interesado en las localizaciones y suculento en la noche, la periferia y la conducción. Para el anecdotario del aprovechamiento, que siempre gusta, cabe recordar que la escandalosa persecución está ‘robada’ de Milán tiembla, la policía pide justicia (1973), de Sergio Martino, y será reutilizada en Roma a mano armada (1976), del propio Lenzi.
Milano odia es, finalmente, un sanguinario tratado sobre el desahucio y la incontinencia humana que tal vez resultará estomagante para aquellos espectadores que en su comprensión del mundo exijan responsabilidades a la ficción inmoderada y burlona de una cinematografía irrepetible, pero fascinante y tremenda como mirar un caballo loco para quienes no presenten resistencia a la catarsis.
Rubén Lardín