El 7 de julio de 1978, Mariano Larrandia, en su recién estrenado cargo como miembro de la dirección colegiada del Festival de San Sebastián, sostiene una conferencia telefónica con París. Al otro lado del cable, el realizador argentino Fernando ‘Pino’ Solanas, exiliado desde el golpe militar de 1976, acepta la invitación del certamen para exhibir su documental La hora de los hornos (1968) y, tal y como confirma la carta que sigue a la llamada, proporciona al donostiarra el dato que busca: la dirección del también exiliado Octavio Getino, coautor de la película política más influyente en la historia del cine militante latinoamericano.
Unas horas después, Larrandia dirige una carta al distrito de Miraflores, en la provincia de Lima, en la que comunica a Getino que su película va a formar parte de la Sección Informativa y que el Festival va a realizar todos los esfuerzos posibles para sufragar el gasto de su billete a San Sebastián. Una década después de su realización, su documental va a poder verse por primera vez en el Estado español, “más vale tarde...” insinúa Larrandia. El juego de espejos es ineludible.
El film fue concebido en condiciones de clandestinidad. Anticipándose a la inminente victoria del peronismo en las elecciones de 1967, el golpe militar de Onganía había derrocado al gobierno civil de Arturo Illia, obligando a Solanas y a Getino a rodar no solo al margen de las estructuras de producción convencionales, sino también de los controles policiales de la dictadura. Durante más de dos años, los realizadores visitaron decenas de fábricas y talleres y recorrieron las barriadas obreras del conurbano bonaerense registrando las conversaciones con sindicalistas y militantes de la resistencia. Estos fragmentos, combinados de forma dialéctica con imágenes de archivo, recortes de películas, filmaciones de manifestaciones y de ofensivas policiales, recreaciones, citas e intertítulos, dieron como resultado un ambicioso fresco de la historia del país. A lo largo de cuatro horas y media y dividido en tres bloques temáticos (que en situación de clandestinidad facilitaban su exhibición), el collage afianzaba sus objetivos: despojar el neocolonialismo, la violencia cíclica en Argentina y la llamada a la acción.
La llama del mayo francés apenas llevaba encendida un mes cuando La hora de los hornos sacudió al público italiano y alemán en los Festivales de Pesaro y Mannheim, que veían cómo en los compases finales de la primera parte, un primer plano del rostro inerte del Che Guevara (a poco menos de un año de su asesinato), sostenido durante cuatro minutos, daba el combustible suficiente para incendiar las paredes de las salas de proyección.
Mientras las luchas sesentayochistas recorrían Europa, en Argentina la película se proyectó clandestinamente en sindicatos, parroquias, obras en construcción y casas particulares hasta el regreso a Buenos Aires en 1973, tras dieciocho años de exilio, de Juan Domingo Perón, demostrando que, en aquellas circunstancias, un circuito de exhibición alternativo a través de organizaciones sociales y políticas era posible. Desde su exilio en Puerta de Hierro (Madrid) y fascinado por las imágenes prohibidas de esta obra, Perón invitó en 1971 a Octavio Getino, Pino Solanas y al realizador tucumano Gerardo Vallejo (quienes habían fundado el Grupo Cine Liberación junto al productor Edgardo Pallero) a viajar a su encuentro y filmar en la capital española dos documentales sobre su figura, que significaron la praxis del manifiesto que el grupo había firmado bajo el título “Hacia un Tercer Cine”.
El 15 de julio de 1978, Octavio Getino, en claros apuros económicos debido a su condición de exiliado, responde con esta carta a la invitación de Mariano Larrandia. La misiva se cierra con otro doloroso juego de espejos: el recuerdo, más vivo que nunca, de las gestiones que sus padres españoles también tuvieron que realizar, tres décadas atrás, para escapar de un país devastado por otro golpe de estado. El ‘punctum’, tal y como describiría Roland Barthes en “La cámara lúcida”, de una carta escrita desde Miraflores: ese puntazo o flechazo que ocurre cuando un detalle de la imagen nos afecta.
Irati Crespo