"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
The Substance tiene una secuencia de obertura de lo más elocuente. En ella asistimos al descubrimiento, en el mítico Paseo de la Fama de Hollywood, de una estrella con el nombre de Elisabeth Sparkle; en planos sucesivos vemos cómo el paso del tiempo va restando brillo a esa estrella hasta quedar manchada por unos restos de comida que, accidentalmente, se le caen a un transeúnte sobre ella. Todo un símbolo de las dinámicas sociales imperantes en Los Angeles, esa urbe de hechuras artificiales donde sus moradores habitan una suerte de musical sin fin consagrado a la perpetuación de una felicidad impostada a mayor gloria del oropel. En un espacio de esta naturaleza, el éxito, y todo lo que rodea a un concepto tan abstracto, no puede sino tener una naturaleza efímera. Y justamente de eso va The Substance, de la dificultad para gestionar la propia decadencia en un mundo competitivo donde el edadismo emerge como indicador inequívoco para segregar a los elegidos para la gloria (jóvenes y bellos) del resto de los mortales.
Elisabeth Sparkle, la protagonista del film, pasada su época de diva, intenta perpetuar su fama como estrella de un programa matinal de aerobic, pero al cumplir los 50 años, los responsables de la cadena estiman que sus días de gloria han tocado a su fin y que la credibilidad del espacio exige de una muchacha más lozana para lucir palmito ante las cámaras. Es ahí cuando entra en juego ‘la sustancia’ que da nombre a la película, un compuesto químico de naturaleza misteriosa con el que tientan a la protagonista de cara a lograr una mejor versión de sí misma, un eufemismo para referirse a la posibilidad de replicarse en un cuerpo rejuvenecido. A partir de ahí, lo que acontece es un delirio donde nuestra protagonista libra un combate íntimo con su otro yo rejuvenecido en aras de poder perpetuar ese nuevo físico, ignorando las contraindicaciones de la sustancia en cuestión que la obligan a alternarse en uno y otro cuerpo a riesgo de incurrir, en caso contrario, en un envejecimiento prematuro.
Si esta línea argumental ya se antoja turbadora, la labor de puesta en escena de la directora Coralie Fargeat incide en el carácter arrebatado del film con un crisol de referencias que rinden homenaje a prácticamente todos los grandes clásicos del fantaterror setentero, hasta depararnos un delicioso pastiche que hizo las delicias del jurado en el pasado festival de Cannes donde The Substance se hizo con el premio al mejor guion. Parte del éxito de la película radica en su carácter autorreferencial con el protagonismo de una Demi Moore que no duda en prestarse a la autoparodia a la hora de encarnar ese declive profesional que han de afrontar muchas mujeres, antaño cosificadas como sex symbols, dentro de la industria de Hollywood. La audacia de Demi Moore para servirse de su cuerpo de cara a alimentar su propio mito no es nueva (basta recordar su icónico desnudo, en avanzado estado de gestación, en la portada de Vanity Fair), pero sí que resulta sorprendente, a la par que gratificante, que una actriz de su estatus y de su trayectoria se ponga en manos de una directora cuasi novel como Fargeat para pergeñar una mordaz diatriba contra las servidumbres del éxito, ese éxito que ella misma abrazó en su juventud y del que ahora, con el poso que da la edad, no duda en burlarse.
Jaime Iglesias Gamboa