"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Las notas del “Clair de lune” de Debussy acompañan la hipnótica coreografía de dos jóvenes patinadores sobre hielo, filmada con gracia y delicadeza por la cámara del cineasta Hiroshi Okuyama, joven promesa del cine japonés. Boku no ohisama / My Sunshine, estrenado en la sección Un Certain Regard del pasado Festival de Cannes, es el segundo largometraje del cineasta, que vuelve al Zinemaldia tras ganar el premio Kutxabank-New Directors en 2018 con su ópera prima Jesus.
Durante la conversación que mantuvimos con él, el director se mostró muy agradecido con el Festival por el respaldo a su obra: “Creo que si el Festival de San Sebastián no hubiese seleccionado mi ópera prima, ahora no estaría haciendo cine, porque fue gracias a ello que se me abrieron muchas puertas. Me parece significativo volver aquí con mi nuevo film. Me gustaría poder hacer alguna película para devolver al Festival el favor de haberme acogido por primera vez”.
My Sunshine habla de un chico, Takuya, que se apasiona por el patinaje artístico y empieza a tomar clases con el entrenador Arakawa y la talentosa Sakura con la que acabará formando un dúo artístico–. “Tres personajes que tienen en común una condición de soledad, cada uno por una razón distinta”, cuenta el director. Y que enlazan una tierna relación.
Okuyama conoce muy bien el fascinante universo del patinaje artístico, ya que de pequeño lo practicó durante muchos años. Es de aquella experiencia que vino la inspiración de la película. Su habilidad con la disciplina le permitió poder filmar las escenas de las coreografías sobre hielo él mismo, patinando con la cámara junto a los jóvenes intérpretes y siguiendo sus movimientos casi de forma documental.
“Mi primer acercamiento al cine fue a través de la fotografía. Mi proceso, a la hora de escribir una película, siempre empieza por unas imágenes. El guión viene después”, revela, explicando las razones que lo empujaron a asumir también el papel de director de fotografía y operador de cámara para sus películas. El suyo es un método de trabajo muy abierto, que no se basa en un guión fijo sino que incentiva la improvisación de los actores y los imprevistos. “Los jóvenes intérpretes, Keitatsu Koshiyama y Kiara Nakanishi, nunca leyeron el guión en su totalidad. Me gustaba la idea de dejarles espacio para que pudieran aportar elementos nuevos a través de la improvisación. Inevitablemente, la historia fue cambiando durante el rodaje”.
El director Okuyama subrayó también lo que considera un elemento esencial de la historia, es decir, el punto de vista: “Lo que más me interesaba mostrar y contar era la forma en que los personajes reciben emocionalmente lo que pasa, sus reacciones, más que los acontecimientos en sí”. Quizás ahí está el corazón de la película, en la forma de los personajes de mirar lo que tienen enfrente de sus ojos, dejando percibir el asombro, el miedo, la incomprensión, el entusiasmo...
Maite Giampetruzzi