Aunque James M. Cain siempre dijo que escribía novelas melodramáticas y no policíacas, fue él quien sentó las bases de una de las líneas hard boiled del género, la de los amantes codiciosos que asesinan al marido de ella para cobrar el dinero del seguro o quedarse con sus posesiones. Las dos obras maestras de esta corriente –dos novelas ásperas, vertiginosas, viciosas y venenosas– encontraron hueco con prontitud en el noir hollywoodiense: “El cartero siempre llama dos veces”, escrita en 1934, tuvo una lectura sucia y nihilista en el film homónimo dirigido por Tay Garnett en 1946, con Lana Turner y John Garfield como protagonistas, mientras que “Double Indemnity” (1942) fue adaptada dos años después por Billy Wilder con Barbara Stanwyck y Fred MacMurray, y participación en el guion de otro pilar de la literatura policíaca, Raymond Chandler.
El título de esta última es ilustrativo en cuanto a la línea emprendida por Cain, la de la ambición desmedida ante la “doble indemnización”, una resolución en las pólizas de seguro mediante la cual se puede duplicar el pago en algunas circunstancias. Pese a ello, la novela apareció en España como “Pacto de sangre” y la película de Wilder se estrenó con el fatalista título de Perdición. Hay otra novela capital de Cain de entre la veintena que escribió, “Mildred Pierce” (1941), que es una combinación quirúrgica entre melo y noir, aunque se aparta de la tendencia más reconocible de Cain al centrarse en las relaciones de ambición y poder entre una madre y una hija y quienes las rodean. Su combinación es tan perfecta que daría pie a una pieza de cine negro, Alma en suplicio, film de Michael Curtiz con Joan Crawford, y a una miniserie melodramática de televisión, la Mildred Pierce de Todd Haynes con Kate Winslet.
Siendo tan propia del género negro americano, tanto el literario como el cinematográfico, no deja de sorprender que la prosa más oscura y escéptica de Cain en cuanto a la condición humana, representada como un fogonazo malsano en “El cartero siempre llama dos veces”, interesara antes en Europa que en Estados Unidos. Porque Ossessione (1943) de Visconti se inscribe en los parámetros del pre-neorrealismo italiano –no en vano Jean Renoir, precursor del movimiento en Francia con Toni (1935), fue quien le recomendó a Visconti la lectura de la novela de Cain–, pero ya antes, en 1939, el francés Pierre Chenal había dirigido una versión, Le dernier tournant, con Michel Simon en el papel del propietario de la gasolinera y marido engañado y asesinado.
El cine estadounidense no volvió a El cartero siempre llama dos veces hasta 1981, con la versión escrita por David Mamet y dirigida por Bob Rafelson: pierde algo de insania en las maquinaciones de los amantes (Jessica Lange y Jack Nicholson), pero gana en la temperatura sexual de los encontronazos entre ambos sobre mesas untadas de harina. Bajo la evidente y alargada sombra de Cain, Lawrence Kasdan realizaría el mismo año Fuego en el cuerpo, en la que el abogado William Hurt es tentado por su amante, Kathleen Turner, para asesinar a su acaudalado marido, Richard Crenna, en un verano tórrido y húmedo solventado con coitos e ingesta de té helado.
Y de nuevo Europa, y ni más ni menos que con participación de Béla Tarr: el director de Satantango es el coguionista de Szenvedély (1998), película de György Fehér que lleva al terreno más fantasmático y atonal del cine húngaro el texto de Cain. No termina aquí el interés global, ya que también la cinematografía malaya ha adaptado a su estilo la historia del cartero mortal que siempre llama dos veces en Buai laju-laju (2004), de U-Wei Haji Saari.
Quim Casas