"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
En un oscuro jueves de enero de 1946, en medio de un escenario desolado por la guerra civil y la Segunda Guerra Mundial, un niño de cinco años llamado Victor Erice vería una película por primera vez.
Desde su asiento, rodeado de espectadores en el Casino Kursaal, el niño esperaba ansioso. Sonó un timbre y La Garra Escarlata emergió en la pantalla. La campana de una iglesia desconocida, en un sitio que no existía en los mapas, doblaba a destiempo.
“¿Quién puede tocar la campana de la iglesia?”, preguntó el sacerdote. El cartero declaró: “Quizás no sea nadie, padre. Quizás sea algo.” “No existen ni fantasmas ni monstruos”, respondió el sacerdote. Este enigma se resolvió rápidamente con la aparición de una mujer muerta, marcando el inicio de una serie de crímenes siniestros.
Al final del relato, Holmes revelaría al público que el cruel asesino era alguien con la apariencia más inofensiva: Potts, el cartero. Sin embargo, Potts no era Potts, sino Alistair Ramson, un actor resentido que se camuflaba como cartero para aproximarse a sus víctimas. El niño descubrió que estos individuos llamados actores carecían de una identidad propia, y que mediante artificios como bigotes postizos, cambios de vestimenta y modulaciones de voz, podían adoptar cualquier identidad a su antojo.
El niño, aterrado, pensó: “Y si Potts podía ser cualquier persona, entonces cualquiera podía ser Potts, el siniestro Potts…” Esa noche el niño descubrió que las personas morían, e incluso, que los hombres podían dar muerte a otros hombres, pero aún no sabía que este episodio quedaría inmortalizado sesenta años después en su película La morte rouge, y que sería él, proveniente de la pantalla, el que miraría a los espectadores sentados en las butacas del Kursaal.
Lucía Malandro