David Fincher ha tratado temas de lo más diverso, ya que poca relación guardan entre sí, al menos desde una perspectiva argumental, las peripecias de la teniente Ripley en Alien 3 y las del hombre que crece anciano y se vuelve niño en El curioso caso de Benjamin Button. Fincher “cose” sus películas a través del estilo, pero varias de sus obras sí que mantienen una relación temática más que notoria. Se7en (1995) era la exploración de una patología criminal expresada desde el punto de vista de los dos policías que dan caza al asesino que utiliza de forma macabra la escenificación de los siete pecados capitales. Zodiac, rodada una década después, utilizaba un método parecido –un periodista y un policía se obsesionan en desenmascarar al asesino del Zodiaco, personaje real en el que se inspiraría el Scorpio de Harry el sucio– con una puesta en escena de geométrica precisión. Al final de Se7en, el serial killer es visible para el mundo. Al concluir Zodiac persiste la duda sobre su identidad y a cuantas personas mató.
Además de realizar el remake de Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres, fría trasposición de la atmósfera de thriller nórdico de Stieg Larsson, Fincher ha producido, y dirigido varios episodios, de Mindhunter, serie que vuelve a trazar un retrato de las patologías homicidas estadounidenses a partir de quienes las investigan. Pero se trata de personajes reales, una auténtica galería de los horrores: los protagonistas se entrevistan en la cárcel con David Berkowitz (conocido como el Hijo de Sam), Charles Manson (interpretado por Damon Herriman, actor que, el mismo año, 2019, haría también de Manson en Érase una vez en Hollywood de Tarantino) y Ed Kemper, entre otros, para entender sus pautas de comportamiento y crear un patrón científico que sirviera para encontrarlos o prever sus actos.
Interesado pues en la psique del asesino, Fincher ha dado una vuelta David Fincher: en la mente de los asesinos Zinemaldia Festival Festival 21 Martes, 26 de septiembre de 2023 Diario del Festival de tuerca en su temario con The Killer, película que, por personaje, atmósfera y argumento, conecta más con una modalidad de filmes europeos, estadounidenses y asiáticos que han representado al asesino a sueldo, sicario o mercenario del crimen desde una considerable y estilizada distancia emocional. El film más importante de esta tendencia es El silencio de un hombre (1967), la obra maestra de Jean-Pierre Melville en la que Alain Delon encarna a un asesino hierático, silencioso y solitario. Con similar patrón se construiría el personaje de Ghost Dog, el camino del samurái (1999), el hipnótico film de Jim Jarmusch sobre un asesino afroamericano que vive en Nueva York debajo de un palomar y lee fragmentos del código ético de los samuráis. Jarmusch tuvo también como fuente de inspiración el influyente film de Seijun Suzuki Marcado para matar (1967). En similar línea, pero con más acción física, está Ronin (1998), otra película que equipara a los asesinos a sueldo con la cultura del samurái –título original de la cinta de Melville– y el ronin japoneses: John Frankenheimer filma a Robert De Niro y un grupo de mercenarios que trabajan sin conocer la identidad de la persona que les paga ni sus objetivos.
Anton Corbjin también retrató la soledad de un asesino en El americano (2010), con George Clooney, y podríamos añadir La memoria del asesino (2003), el curioso y a ratos metafísico thriller belga de Erik Van Looy centrado en un sicario que padece Alzheimer temprano; Liam Neeson dio vida al mismo personaje en el remake estadounidense realizado por Martin Campbell el pasado año, La memoria de un asesino, más atento a la subtrama de corrupción política que a la pérdida de facultades mentales del asesino.
Quim Casas