Julio, 1968. Sidney Poitier aterriza en San Sebastián para inaugurar la 16ª edición del Festival. El momento es complejo para los certámenes de cine y para el actor. Tres meses antes, en abril, había sido asesinado Martin Luther King, con quien Poitier había compartido marchas, auditorios y luchas en los últimos meses. El 13 de mayo se había suspendido el Festival de Cannes, agitado por las protestas del Mayo francés. Seis días después, el 19, el director del Festival de San Sebastián, Miguel de Echarri, envía una carta a la sucursal de Universal en Barcelona para invitar a Poitier. Con 41 años, ha ganado dos Oscar, pero, sobre todo, viene de estrenar el año anterior tres películas que no solo suponen un éxito de público, sino que acompañan avances en derechos colectivos. El caso más claro es la coincidencia en el tiempo de Adivina quien viene esta noche (Guess Who’s Coming to Dinner; Stanley Kramer, 1967), filmada entre enero y mayo, y la sentencia del caso Loving, hecha pública en junio, que supuso el fin de la prohibición de los matrimonios interraciales en Estados Unidos.
¿Por qué invita el Festival a la película Un hombre para Ivy (For the Love of Ivy; Daniel Mann, 1968) y a Poitier, símbolo de Hollywood en la lucha por los derechos civiles? ¿Por la estrella, por la película, por razones políticas? Parece difícil que el Festival del 68, que, como definió Román Gubern, vivía una “oposición controlada” –la dictadura permitía proyectar modernidad, pero ejercía internamente la censura–, quisiera propiciar un debate social con la invitación al “excelente actor moreno”, como lo describió el NO-DO. Todo en el Festival remite a un deseo de consenso, de arrogarse el mantenimiento de la calma ante un entorno revolucionario. En la inauguración, el director general de Cultura Popular y Espectáculos, Carlos Robles Piquer, señala: “El cine que deseamos (…) ha de estar al servicio de la paz y la convivencia”.
Quizá Poitier les pareció un modo inofensivo de incorporar la diversidad. Como detecta el crítico Sergi Sánchez, para “negros de clase obrera” Poitier representaba una decepcionante “figura aspiracional”, “el negro que quería ser blanco”; según el enviado del diario ABC, componía “una imagen negra tolerable para los blancos”. Un hombre para Ivy, cuya idea original pertenece al intérprete, no es tan inocua como aparenta su argumento y Poitier se provee de un rol menos íntegro que los que le dieron la fama: Jack Parks, un tipo arrogante, dueño de un casino clandestino, contraviene la acusación de hacer el juego a la industria y encarnar papeles en los que, para ser aceptado, tenía que ser irreprochable.
El Festival y Poitier parecen compartir una inquietante dualidad: con su halo de progreso en un contexto reaccionario, ¿son aliados del statu quo o discretos intrusos que lo sabotean desde dentro? El archivo del Festival documenta los pasos de Poitier durante cuatro días: cenas en el Náutico, tunas, montaña suiza, Sanfermines. Se marcha la víspera de la proyección de Ama Lur, la primera producción vasca de la historia del Festival, y días antes de la protesta contra la guerra de Vietnam en el Victoria Eugenia. Tampoco consta que se acercara al mutilado ciclo New American Cinema, otra pequeña deserción en el orden establecido.
Frente a su agenda, su rueda de prensa, recogida en el diario "Festival", no fue trivial: “Si no existiera discriminación, habría veinte, o quizá cincuenta actores negros tan famosos y tan cotizados como yo. (…) Las películas se han hecho siempre por blancos, con ideas y sentimientos blancos. (…) Hasta ahora he tenido varias ideas, que pienso realizar. En este momento mi posición en la industria del cine me permite exigir, y continuaré expresando mis opiniones a través de próximas películas”. No sucedió como había planeado. La llegada en los setenta del blaxploitation coincide con trabajos cada vez más espaciados de Poitier, que no volvería a escribir. Y aunque en su telegrama del 17 de julio se declara “encantado” por el premio de interpretación, no vino a recogerlo, ni regresó nunca a San Sebastián.
Ruh Pérez de Anucita