Nacido en Australia, desde que llamase la atención con su film Lars y una chica de verdad, ha construido una filmografía poblada de seres vulnerables donde ironiza con ciertos arquetipos de la cultura popular estadounidense. Películas como Noche de miedo o Yo, Tonya son reflejo de ello. Ha venido al Festival para presentar Dumb Money, inspirada en el caso real que dejó al borde del k.o. a Wall Street en 2020.
Los personajes de sus películas representan, por así decirlo, la cara B del american dream. ¿Qué le interesa de este tipo de perfiles?
El american dream, en sus propios planteamientos, resulta una falacia. Hay un diez por ciento de ciudadanos que tienen éxito profesional y un noventa por ciento que cree que lo puede conseguir. Y es esa gran mayoría la que centra mi interés como cineasta. Siempre me he sentido atraído por la figura del desvalido, del que no consigue triunfar y sobre cómo tienen que cargar con el estigma de ser unos fracasados o unos perdedores. Es irritante la facilidad con la que encasillamos a la gente. Ahí tiene mucho que ver también el poder de los medios de comunicación, que es algo de lo que suelo hablar en mis películas y que, de nuevo, está muy presente en Dumb Money, que no deja de ser un fresco social de lo que ocurría en EE. UU en 2020. El COVID generó mucho estrés emocional, la gente se sentía muy sola, muy frustrada. El hecho de que muchos pequeños inversores se unieran para plantar cara a Wall Street fue una manera de focalizar su descontento y de hacerle un corte de mangas al establishment financiero.
¿Cree que ha llegado la hora de que Hollywood confiera dignidad a aquellos que, históricamente, han sido estigmatizados como losers?
Hoy en día, gracias a los foros de internet, la gente se ha organizado. Fue mi hijo el que me hizo ver cómo funcionan estas comunidades on line y su dureza a la hora de exponer sus argumentos y de mostrar su disidencia. Mi prioridad al rodar esta película era mostrar esa realidad y hacerlo desde el respeto, dignificando a estas personas y ofreciendo una imagen auténtica de su lucha y de las acciones de protesta que emprenden a pesar de ser muy viscerales. Se trataba de darles voz y reflejar su sentir.
Dumb Money está basada en una historia real. ¿Cómo se documentó para elaborar el guion?
Uno de los miembros del equipo de guionistas trabajaba en Wall Street antes de dedicarse a escribir para el cine, eso nos dio un gran rigor a la hora de desarrollar la historia. Al estar inspirada en unos hechos reales intentamos, en todo momento, ser muy fieles a lo acontecido y por eso quisimos hablar con los protagonistas de todo aquello, pero algunos, como el personaje interpretado por Paul Dano, habían desaparecido del mapa y nos parecía muy respetable su deseo de no querer saber nada del proyecto. No obstante, utilizamos todos sus posts y sus vídeos como fuente de documentación.
¿Cómo consiguió hacer inteligible una realidad tan farragosa como la de las operaciones financieras y el mundo de las cotizaciones?
Es una gran pregunta. A muchos de los actores les ocurría lo mismo. De hecho, algunos me hicieron ver que la historia contenía demasiada información sobre productos financieros y que por ahí podíamos tener un problema para enganchar al espectador, así que optamos por darle una vuelta al guion y centrarnos en Es una gran pregunta. A muchos de los actores les ocurría lo mismo. De hecho, algunos me hicieron ver que la historia contenía demasiada información sobre productos financieros y que por ahí podíamos tener un problema para enganchar al espectador, así que optamos por darle una vuelta al guion y centrarnos en el viaje emocional de los protagonistas del film a la hora de hacer ver cómo los números pueden cambiar la vida de una persona. Esta premisa está expuesta, creo yo, de manera muy sencilla y, por otro lado, tal y como les decía a los miembros de mi equipo, “tampoco hace falta saber de aeronáutica para entender una película como Apolo XIII” (risas).
Otro de los retos que plantea al espectador el film es su carácter coral. ¿Cómo lo trabajó?
Es una película con muchas líneas narrativas que van siendo desarrolladas de manera simultánea. Cada uno de los diez personajes protagonistas tenía cuatro o cinco escenas importantes y ensamblar todo eso supuso un verdadero desafío. Al final lo que hicimos fue improvisar determinadas acciones que confirieran singularidad a los distintos personajes en aras de que todos tuvieran un momento estrella, por así decirlo, porque era muy importante que ninguno de ellos quedara por encima del resto en la memoria del espectador. Yo a los actores les hacía ver que todos sus personajes formaban parte del mismo viaje.
La factura visual de la película refleja muy bien ese acceso fragmentado a la información que prima hoy en día. ¿Fue difícil replicar esa narrativa?
En un momento dado hubo quien sugirió que esta narrativa quedaría mejor desarrollada en una serie de televisión que en una película, pero el desafío fue justamente condensar esa energía y esa agresividad que imponen las nuevas formas de comunicación en un largometraje. Estamos contando el día a día de una comunidad on line y la forma en que, dentro de esa comunidad, se consume la información es tan rápida que yo pensé que no podría reproducir ese ritmo en la película. Al final, a través del montaje, optamos por ofrecer al espectador una experiencia inmersiva con mucha gente hablando a la vez en planos simultáneos y hacer de ello el hilo conductor de nuestra historia
Jaime Iglesias Gamboa